Moliner: el lenguaje y el olvido
'El diccionario' nos recuerda que llamar a las cosas por su nombre es un acto revolucionario
En este tiempo, en el que se llama flexibilización laboral al abaratamiento del despido; mobbing al acoso y derribo en el puesto de trabajo; intereses negativos a las pérdidas del ahorro; y práctica bancaria irregular a la estafa, llamar a las cosas por su nombre es un acto revolucionario. María Moliner, lexicógrafa, escribió en los años sesenta, en su casa y con apenas cuatro colaboradores, un diccionario que 30 años después seguía siendo mucho más práctico y esclarecedor que el de la Real Academia Española. Moliner refundió y vertió a una forma actual y concisa las definiciones del diccionario de la RAE, suprimió círculos viciosos y tautologías, ordenó por familias las palabras de la misma raíz y anticipó la ordenación de la Ll en la L y de la Ch en la C.
EL DICCIONARIO
Autor: Manuel Calzada Pérez.
Dirección: José Carlos Plaza.
Teatro de la Abadía. Hasta el 23 de diciembre
En El diccionario, Manuel Calzada Pérez pasa revista a una figura prometeica, “autora de una sola obra”, como a ella le gustaba decir. ¡Pero qué obra! Las gavillas de sus fichas ocupaban media casa, bañera incluida. El autor granadino coge la vida de la Moliner por el final, cuando, paradojas, comenzó a perder la memoria, la conciencia del significado de las palabras y, finalmente, sus nombres: “Ha firmado usted María Molier”, le observa el médico que la atiende en la ficción. La comedia valdría la pena solo por saber de esta mujer discreta y decidida, pero mantiene además el interés dramático a través de la extraña relación entre María y ese médico católico y prejuicioso, que, tras haber formulado una hipótesis delirante sobre la salud mental de su paciente, se queda mudo cuando recibe en mano los dos volúmenes recién impresos de una obra que creía quimérica
La María Moliner de Vicky Peña, frágil pero radiante, neutraliza con paciencia de taxonomista la soberbia del neurólogo, papel a la medida de Helio Pedregal. Las escenas que interpretan ambos, producto en buena medida de la fantasía del autor, tienen mayor sustancia dramática que los diálogos entre ella y su marido (Lander Iglesias), escritos para proporcionar información relevante, no para emocionar. Cumplirían mejor su función dichos a público, cada uno desde un lado del escenario.
Calzada cuenta la vida de Moliner mediante saltos de tiempo y espacio, prolijos en ocasiones. José Carlos Plaza, eficaz director del montaje, pero, sobre todo, Francisco Leal, su iluminador y escenógrafo, no consiguen crear un código que aclare la dramaturgia con elocuencia, y que resuelva visualmente ciertas transiciones y solapamientos espaciotemporales.
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