Madrid le pilla el punto a la lana
La capital acoge estos días la Campaña de la Lana Proliferan las tiendas que ofrecen cursos de iniciación al ganchillo, punto y otras manualidades
Nueve mujeres achinan los ojos en torno a una mesa. Están concentradas en lo que tienen entre manos, agujas de tejer y ovillos de lana de colores. Sus labores. La más joven, Eugenia Massieu, tiene 28 años y está embarazada de cinco meses. Teje lo que será un diminuto jersey azul mientras conversa animada con Carmen Tomás, de 57, que se afana en unos patucos para su futuro nieto. Entre ellas deambula María Luisa Castaño, profesora enérgica pero paciente, siempre dispuesta a ayudarles a encontrar el punto perdido. Las edades oscilan, pero en este taller para principiantes, organizado en la tienda Ashton Labores, a dos pasos del parque del Retiro, son mayoría las treintañeras con ganas de aprender a hacer cosas con sus propias manos. Este es uno de los establecimientos que ha abierto sus puertas en los últimos meses al calor de la moda de la lana y las labores, que ha regresado a Madrid pisando fuerte.
Basta con darse una vuelta por los alrededores de la calle de Serrano para ver que la lana está de plena actualidad. En estos días, la capital acoge la Campaña de la Lana por segundo año consecutivo. La cita, impulsada por el príncipe Carlos de Inglaterra, busca divulgar las bondades de este material natural, renovable y ecológico frente a sus competidores sintéticos. Tras unos años de caída libre en el consumo de lana, esta recupera poco a poco el lugar que le corresponde. El paseante se topa por Serrano con figuras de ganchillo al más puro estilo urban knitting que representan motivos de las cuatro estaciones, e incluso varias ovejas que salen a pasear entre tiendas de alta gama para regocijo de los niños urbanitas.
Uno de los establecimientos con mayor tradición en el sector madrileño, El Gato Negro, confirma esta tendencia. La tienda lleva más de un siglo en la plaza Mayor y su estructura no ha cambiado en absoluto: siguen vendiendo la lana al peso, en madejas, para que los clientes la devanen y la tejan en casa. Controlan toda la cadena de producción, desde que se recoge el mechón hasta que lo hilan y tiñen. Isabel Ramos, encargada desde hace más de 40 años, reconoce que han pasado por épocas “de vacas flacas”. Fue cuando “muchas casas cerraron y nosotros nos limitamos a sobrevivir”. Pero asegura que en los dos últimos años las ventas se han disparado: “Incluso hemos tenido que ampliar el horario y contratar a más personal”. Ramos lo atribuye a la crisis, y no solo porque salga más barato hacerse un jersey que comprarlo. “Creo que la gente pasa más tiempo en casa y hacer punto es un pasatiempo que evita gastar dinero fuera”, opina. También menciona que “Internet es una ventana abierta que atrae a muchísimos jóvenes que se orientan por ahí, empiezan con una bufanda y se entusiasman”.
En El Gato Negro planean montar pronto una escuela-taller para orientar a toda esa gente joven, o no tan joven, que se adentra en el mundo del punto. María Infante, la propietaria de Ashton Labores, ya vio claro el pasado mes de abril que “todo es cíclico y todo vuelve”. Trabajaba organizando eventos y su hija, Marta Bueno del Alisal, era arquitecta de interiores. Ninguna de estas profesiones iba, que digamos, viento en popa, así que madre e hija se liaron la manta a la cabeza y montaron una tienda de ropita de bebé donde además organizan cursos de punto y costura. Entre ellas no existen eslabones perdidos; la tradición del punto pasó de la una a la otra con naturalidad. “Me enseñó a hacerles vestiditos a mis nenucos”, recuerda Marta Bueno mientras ordena unos patrones para la clase de costura.
Ashton Labores colabora con la campaña de la lana organizando talleres gratuitos de iniciación entre el 19 y el 24 de noviembre. Las 48 plazas que ofertaban se llenaron en cuestión de horas, sin contar a sus alumnas habituales. Madre e hija aseguran que es terapéutico, y que incluso entre los psiquiatras se ha empezado a recomendar, para canalizar el estrés: “En Nueva York y Londres se reunen en los parques”, afirma Infante, “y en cuanto haga buen tiempo, se sacan los talleres al Retiro”.
Lugares donde iniciarse en las labores
- La Laborteca. Talleres mensuales de punto, ganchillo, patchwork, amigurumi e iniciación a la costura. Mesón de Paños, 2. 917 583 106. lalaborteca@gmail.com. Metro: Ópera.
- Ashton Labores. Talleres de punto y costura, orientados principalmente a la ropa de bebé. Monográficos de delantales, patchwork y adornos de navidad. Columela, 13. 914 310 312. Metro: Retiro.
- Blackoveja. Talleres de punto, ganchillo y costura. Monográficos de bolsos, estuches o abriguitos de niño. Sagasta, 7. 914 453 266. blackoveja@gmail.com. Metro: Bilbao.
- La Peseta. Cursos de iniciación al punto y al ganchillo, punto y ganchillo avanzado, costura, amigurumi. Noviciado, 9. 915 211 404 Metro: Noviciado.
- Teté Cafécostura Madrid. Talleres de punto, ganchillo, costura y confección, patchwork, diseño y patronaje. San Pedro, 7. 913 600 019. Metro: Antón Martín, Atocha.
Aunque todavía está muy vinculado al mundo femenino, el concepto que subyace en las labores es muy básico. Se trata de reunirse, intercambiar experiencias mientras se aprovecha el punto terapéutico del punto en un ambiente cálido y acogedor. Sin olvidar las connotaciones ahorradoras de “reciclar lo que ya tienes”. Otro de los negocios que supieron verlo y que hoy, más que nunca, reivindican usar las manos para algo más que aporrear el teclado, se encuentra subiendo la cuesta de la Escalinata. La Laborteca es reconocible de lejos por los bolardos forrados con ganchillo de vivos colores que marcan su territorio. En la fachada, una pizarra detalla los primeros platos —hilos, telas, lana—, y los segundos —cursos de costura, punto, ganchillo y patchwork—, con té con pastas y material incluido. Dos amigas de toda la vida, Antonia Herrador y Julia de Juanes, se inspiraron en la novela El club del viernes, de Kate Jacobs, y montaron un club de tejedoras. “O nos reciclábamos nosotras o nadie iba a venir a salvarnos”, relata De Juanes en el interior del local, un espacio diáfano en tonos pastel en el que no falta la cocina, evocando los tiempos en que era el centro de reunión, con el omnipresente rumor de la radio como aderezo. “Esto parece una casa de muñecas”, exclama con acierto una de sus alumnas mientras engarza una puntada del derecho y otra del revés.
Abrieron el pasado mes de julio y ya cuentan con 50 clientes. Herrador y De Juanes imparten los talleres de punto y ganchillo, y han contratado a dos profesoras de costura y patchwork. La primera, Gabriela, está de baja porque acaba de dar a luz. “Nosotras hemos sufrido esa discriminación y no dudamos en contratar a Gabriela”, explica De Juanes, “porque pensamos, ‘ella tiene un proyecto y nosotras otro’, y entre mujeres hay que apoyarse”. Reconocen que todavía existen muchos prejuicios entre los hombres. “Y es curioso”, apostilla Herrador, “porque en el siglo XVII se consideraba un oficio de hombres, y en los gremios de tejedores solo podían entrar viudas de tejedores”. De Juanes cuenta que una de sus alumnas, estudiante de Filosofía en la Universidad de Boston, les habló de un movimiento feminista bajo el lema “Aquí se permite tejer”, que llamaba a acudir a las ponencias y a las clases con una labor.
Para Julia de Juanes, una labor es como un buen libro: “Cuando me gusta mucho me da pena que se acabe, le cojo cariño”. Las dos amigas aprendieron de las mujeres de su casa y lamentan que ese legado se haya perdido en las nuevas generaciones. Entre sus clientas, sin embargo, cada vez se cuentan más chicas jóvenes. “Vienen buscando aprender algo nuevo y también desconectar. Algunas tienen niños pequeños y como sus dos horas de taller son sagradas, se los traen y ellos juegan mientras les probamos gorritos”. Su filosofía coincide con la de María Infante y Marta Bueno. Se trata de reivindicar lo manual, más aún en tiempos de crisis. “Nada más satisfactorio que regalar algo hecho por ti”, afirman.
Antonia Herrador y Julia de Juanes están agotadas. Han confeccionado 16 puffs de ganchillo que han cedido a la carpa Knitting lounge, un espacio en plena plaza de Colón que funciona como corazón de la campaña de la lana. Pero ambas están encantadas de haber encontrado, pasados los 50, una ocupación “tan estimulante y agradecida” como la que les proporciona La Laborteca.
En los últimos tiempos proliferan en la capital este tipo de tiendas de textiles centradas en lana que además, enseñan a tejer. Hace ahora un año que Merche Grosso, de 39, montó con su chico la tienda Blackoveja en la glorieta de Bilbao. En este tiempo se han animado a diversificar sus “talleres de cero patatero”, como les llaman, y hacer monográficos de bolsos, abriguitos o adornos navideños. Aseguran que el negocio funciona: “No sé si la lana se ha vuelto a poner de moda a lo bestia”, afirma Grosso, “pero creo que la gente se ha hartado de estar todo el día con el ordenador”. Es paradójico, porque todas las tiendas mencionadas en este artículo se han puesto las pilas para hacer una buena página web como reclamo. Pero Grosso resume la filosofía que comparten: “El ser humano puede estar sentado durante horas, pero está hecho para caminar”.
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