El daño ya está hecho
Los años de autonomía han dejado un balance frustrante en muchos campos, también en algo tan primordial como las políticas para normalizar la lengua gallega
¿Fue un error histórico el galleguismo? ¿Tenían razón Antolín Faraldo, Rosalía..., al rebelarse contra la opresión, los desprecios y la postración en que se encontraba Galicia? ¿Valió la pena el trabajo de los Villar Ponte, Ánxel Casal, Bóveda, Castelao...? Tantos trabajos, tantas ilusiones de un país próspero y libre, ¿fueron trabajos perdidos? ¿No habría sido mejor ahorrarse tantas represalias, exilios, fusilados? ¿Callarse, humillarse y marchar para no afrontar el odio de los de “¡Arriba España!”? ¿Se equivocaron? ¿Y nos equivocamos los que luego volvimos a reclamar autogobierno? ¿Se equivocaron aquellos cientos de miles de gallegos que salieron a nuestras calles a exigir nuevamente la autonomía hace ahora 35 años? El 4 de diciembre de 1977, una fecha que nadie parece interesado en recordar, cientos de miles de ciudadanos llenamos las calles retomando la demanda de autogobierno. Nos llamaron “caciques”, pero conseguimos un Estatuto. No fue el de Os 16,pero sí un Estatuto que nos negaban el PSOE, la UCD y AP desde Madrid.
Un día habrá que hacer un balance ponderado de estos años, de lo que no hubo nunca duda es de que la autonomía era para procurar soluciones a nuestros problemas colectivos de todo tipo, y de un modo explícito, como obliga el Estatuto, para promover y normalizar nuestra lengua, la “lengua propia de Galicia”. A eso es a lo que están obligado los presidentes que forman gobiernos de la Xunta y a eso es a lo que faltó el presidente Alberto Núñez Feijóo. Los años de autonomía han dejado un balance frustrante en muchos campos, también en algo tan primordial como las políticas para normalizar la lengua gallega pero hasta Feijóo ningún presidente había legislado contra el gallego. Así lo dijo el Consejo de Europa, que le recriminó su política por perjudicar la lengua gallega, y lo acaba de decir el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, que le obliga a retirar su decreto contra el gallego que encubrió vergonzosa y vergonzantemente con el título de "decreto de plurilingüismo". El acta de la sesión en que el Parlamento gallego aprobó por unanimidad, de izquierda a derecha, la Ley de Normalización Lingüística hace casi 30 años es el acta de acusación contra este presidente. Argüirá que ha vuelto a ganar las elecciones, es cierto, pero los votos conceden el derecho a formar un Gobierno no absuelven ni de los delitos ni de las faltas. Y Feijóo cometió hace cuatro años una falta muy grave al dañar, puede que de modo irreparable, el corazón de la vida cívica gallega, el lugar de encuentro, el lugar de ser: nuestra lengua. No sabemos qué carrera política seguirá Feijóo después de esta presidencia pero en la historia de Galicia ya tiene un lugar, entre los que vivan aquí en el futuro será para siempre el responsable de esa infamia. Pues infamia es cometer traición utilizando el Gobierno de su país para causarle daño a sabiendas a su patrimonio colectivo.
No había necesidad social alguna de recortar la protección y la promoción del gallego, como el Consejo de Europa señaló hace unas semanas, está seriamente desprotegido y está amenazada su viabilidad histórica entre nosotros. ¿Qué lo empujó a hacerlo? Solo lo puede explicar su ambición personal. El anteponer a los intereses de Galicia su carrera política futura, en manos de la caverna madrileña, y la preocupación por perder votos por la derecha. Y allí estuvieron hace cuatro años en una manifestación contra la normalización del gallego cargos del PP y su vicepresidente Rueda de la mano con la diputada por Madrid Rosa Díez y la gente que llegó en autobuses a Galicia. Pero Rueda solo es el que le hace el trabajo sucio, es Feijóo quien decidió aplicar aquí esa política. En muchos aspectos de la vida social, también en la política, prima la ambición ¿pero no hay límites?
El daño ya está hecho, que pregunten en las escuelas qué consecuencias para el gallego ha traído ya este decreto. No se puede reparar lo dañado y, lo peor, no podemos esperar que en adelante quien tiene tal mala fe hacia nuestra lengua la proteja.
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