Terremoto emotivo
El cantante Matthias Goerne hechiza el Teatro Real en un ejercicio cercano a la apoteosis
Se podría decir, emulando el título de una película mexicana de Luis Buñuel, que más que la ilusión es la emoción la que viaja en tranvía. Cuando salta el chispazo de la comunicación entre artistas y público, los efectos son catárticos. No es frecuente, pero el pasado miércoles asistimos a uno de esos momentos.
Fue durante la interpretación de siete canciones del ciclo Des knaben Wunderhorn (La trompa maravillosa del muchacho), colección de poemas populares alemanes publicada a principios del XIX por Achim von Arnim y Clemens Brentano, que ha servido de inspiración a músicos como Weber, Schumann, Brahms, Zemlinski y, especialmente, a Gustav Mahler. El grado de fascinación en la sala fue de tal calibre que hubo quien se salió, no fuese a ser que en la segunda parte del concierto se rompiese el hechizo. “Lo mejor que he escuchado en el Real”, dijo uno de esos espectadores, habitual del Festival de Salzburgo, crítico hasta el delirio y curtido en mil batallas musicales.
LAS NOCHES DEL REAL
Mahler: Des Knaben Wunderhorn (selección) y Primera sinfonía. Matthias Goerne (barítono), Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Teodor Currentzis. Teatro Real, 16 de noviembre.
¿Qué había pasado para que el público reaccionase con ovaciones interminables en un ejercicio cercano a la apoteosis? Pues sencillamente que había saltado la chispa de la emoción colectiva. Matthias Goerne es un barítono ampliamente conocido en Madrid. En este teatro había cantado L’Upupa, del recientemente fallecido Hans Werner Henze; en los ciclos de Lied del teatro de la Zarzuela obsequió con unos monográficos dedicados a Schubert de gran mérito, particularmente un memorable ciclo de La bella molinera. No está ahora en su mejor momento vocal, pero cantó a Mahler con las tripas, con un sentimiento, una profundidad y un sentido teatral verdaderamente fabuloso.
Y todo ello sin perder la concentración y el control expresivo. Confieso que nunca antes me había llegado tan intensamente su hondura artística. Además, se vio maravillosamente acompañado por una Sinfónica de Madrid en estado de gracia, a pesar de alguna aspereza aislada en los metales, dirigida magistralmente por ese loco de la colina, a juzgar por su aspecto, que es el griego Teodor Currentzis.
Tiene 40 años y ya dejó su tarjeta de visita en el Real con Iolanta, de Chaikovski, o, en disco, con un Réquiem de Mozart diferente a cualquier otro. Currentzis es puro fuego, pero su energía está controlada. Riguroso en los ataques y poético en los acompañamientos, su versión de la Primera sinfonía fue brillante. Su exhibición conceptual sirvió para relajar el clima emocional. La orquesta respondió con eficacia y entrega. ¡Lo que ha mejorado! Mortier se puede sentir orgulloso. La decisión de aplazar el concierto ha sido verdaderamente gloriosa.
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