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ELECCIONES / OPINIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Antidisturbios en campaña

El consejero Puig mantiene un credo que da alas a las actitudes policiales más duras

Francesc Valls

Los Mossos d’Esquadra han irrumpido en campaña. Lo han hecho a lo grande, pese a que los agredidos son menores: las imágenes de Tarragona no dejan margen al error. Además del “fortuito” rebote de la porra de un agente en la mochila del integrante de un piquete —porra que abrió una brecha en la cabeza de un chico de 13 años—, el vídeo grabado muestra cómo los policías golpean en tres ocasiones a una joven de 16 años que se había limitado a censurar su actitud. La chica paseaba con unas amigas cuando fue golpeada; el adolescente iba a encontrarse con su madre. Es pues claro que la violencia desproporcionada no es un hecho que únicamente ataña al Cuerpo Nacional de Policía, con sus cargas en la madrileña estación de Atocha. En este terreno, el hecho diferencial se diluye.

El desalojo de la plaza de Catalunya, el 27 de mayo de 2011, supuso un salto cualitativo. Las imágenes fueron suficientemente elocuentes. Luego ha habido una sentencia condenatoria —y después indulto del Gobierno central— a cuatro mossos por torturar “por equivocación” a un ciudadano rumano; unos meses después, los tribunales han impuesto un año de cárcel a un policía autonómico por destrozar los testículos con una granada aturdidora a un detenido... Van sumando.

El presidente Mas ha pedido disculpas por la actuación de los mossos el 14-N. El consejero Felip Puig ha dicho que investigará el caso de la joven golpeada en Tarragona, pero mantiene un credo —“tensar la ley hasta donde está permitido y un poco más”, según sus propias palabras— que da alas a las actitudes policiales más duras. Se ha hecho añicos el código de ética de los mossos que impulsó el tripartito; se incumple la propia normativa de Interior que obliga a los antidisturbios a llevar el número de identificación a la vista y se ha paralizado la implantación de cámaras en las comisarías. Desde que Puig es consejero de Interior, el trato dispensado a los detenidos debe haber mejorado mucho, porque no han vuelto a trascender imágenes de torturas en comisaría. Mejor, piensan algunos en plena comunión de ideas en Barcelona y en Madrid, que no se grabe nada ni en las dependencias policiales ni en la calle.

Pero la ausencia de imágenes no evita la presencia de una retórica inquietante. El comisario general de Coordinación Territorial de los Mossos, David Piqué, con motivo del Dia de les Esquadres, el pasado 20 de abril, aseguró que iría a buscar a los violentos allí donde se encontrasen: “Ya sea en una cueva o en una cloaca, que es donde se esconden las ratas, o en una asamblea, que no representa a nadie, o detrás de una silla de una universidad”. Es solo un ejemplo de exceso verbal. Lo peor es cuando esa actitud se traduce en hechos y la sombra de la sospecha se generaliza. Quizás algún responsable debería tomar nota de lo apuntado por el Colectivo Autónomo de Trabajadores de Mossos, cuyo portavoz se preguntaba ante los sucesos de Tarragona el 14-N: ¿Por qué se dio la orden de cargar si había niños?

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