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La mujer que nunca perdía el humor

La madre del fallecido Antonio Meño lleva trabajando desde la infancia y no fue a la escuela

Juana Ortega, la madre de Antonio Meño.
Juana Ortega, la madre de Antonio Meño.SCIAMMARELLA

A Juana Ortega, la madre de Antonio Meño, el hombre fallecido el pasado domingo tras permanecer 23 años en coma por una negligencia médica, la lucha cotidiana no le pilla de sorpresa. Mucho antes de hacer del cuidado de su hijo desvalido la razón de su existencia las 24 horas del día ya tenía un extenso historial de resistirse al infortunio.

Nacida en una aldea cercana al municipio jiennense de Alcaudete, no asistió a la escuela hasta los 12 años. Vivía en el campo y ayudaba a sus padres en el vareo de los olivos. Después, sus progenitores se desplazaron a la capital, a una pequeña infravivienda en el famoso Pozo del Tío Raimundo, en el distrito de Vallecas. En esa época empezó a asistir “a una especie de escuela de esas para niños pobres de esa época, como de auxilio social y eso”, rememora. Entonces, aprendió a leer y a escribir. Dos de sus principales aficiones que la han acompañado durante toda su vida.

“Escribo cosas que seguro que las faltas de ortografía se comen hasta el cuaderno”, comenta con ese sentido del humor irónico que reserva para cuando habla de si misma y sus méritos. “Lo que más me gusta es la lectura, de todas maneras. Libros de todo tipo”, dice esta mujer que nunca pasó por un aula más o menos reglada y no fue hasta 1974 cuando empezó a vivir en un piso “de verdad”.

Pero Juana no ha tenido nunca mucho tiempo libre. “He estado mirando por mi hijo todos estos años y no me he dejado demasiado tiempo para mi ni para la familia”, confiesa. “Te conviertes en un familiar molesto porque a los demás les da apuro preguntarte como lo llevas y eso”, dice con la voz cercana a las lágrimas. Juana batalló por su hijo cuidándolo, pero también en los tribunales. Incluidos más de 500 días de protesta en una tienda de campaña en la plaza Jacinto Benavente, frente al Ministerio de Justicia. Finalmente, en 2011 llegó a un acuerdo con als compañías aseguradoras de la clínica donde su hijo se operó la nariz en 1989 con un más que desgraciado resultado a causa de una negligencia médica. Precisamente, quien dio la vuelta al caso fue un cirujano que casualmente pasó delante de la tienda en la que acampaba junto a su marido y su hijo. El facultativo se convirtió en el nuevo testigo clave para que les diesen una indemnización superior al millón de euros.

Juana Ortega

Nace en una pequeña aldea de Jaén. Se muda a Madrid y empieza a trabajar en una fábrica de embutidos. Monta un negocio en Móstoles.

Su hijo Antonio sufre una negligencia médica en 1989 que le deja en coma.

Pero la insistencia de Juana es muy anterior. “Luché mucho por salir de El Pozo y lo conseguí”. Su marido, Antonio Meño padre, era un amigo de la pandilla de ese barrio de infraviviendas. “Nos hicimos novios con 14 añitos”, explica Juana, que por aquel entonces ya trabajaba en una fábrica de embutidos del barrio de Tetuán.

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Después se marcharon a Francia para buscarse la vida. Allí nació la mayor de sus cuatro hijos. Pero ella tuvo que regresar a España porque se puso muy enferma. Al poco tiempo también volvió a Madrid su marido, que entonces trabajaba de yesero. “Entonces, como ahora, había una tremenda crisis y pensamos en montar nuestro propio negocio con un poco de dinero que nos dejó mi madre”, recuerda Juana.

Abrieron una frutería justo enfrente de su pequeño piso de Móstoles, el mismo en el que aún residen y que una sentencia judicial adversa estuvo a punto de arrebatarles hace pocos años. Antonio hijo se levantaba de madrugada para acompañar a su padre a comprar el género a Mercamadrid y después por las mañanas ayudaba a sus padres en la tienda. Por la tarde, asistía a las clases nocturnas de un instituto cercano. Terminó el bachillerato y cuando sucedió el terrible suceso que lo dejó en coma estaba estudiando Derecho en la universidad.

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