Mi disidencia sentimental
Fernando Renjifo y la compañía La República reivindican el hedonismo y la improductividad en "Mayo siglo XXI"
Los actores entran de uno en uno, desnudan parte de sus cuerpos, se quedan inmóviles durante minutos junto al público, como modelos de dibujo artístico, con desinhibida generosidad, en posturas semiabiertas; se cubren para volver a descubrirse, Isaac Torres, el costado; Claudia Faci, el pecho; Alberto Núñez, de vientre para abajo: mientras que a ella le basta bajarse un tirante para exponerse, ellos necesitan correr la engorrosa cremallera de sus tejanos artificiosamente desgastados, y sacárselos.
Mayo siglo XXI. ¿Es el fracaso un atributo del alma?, espectáculo de la compañía La República, alterna secuencias de acción como la descrita con el recitado de un breve ensayo poético. Fernando Renjifo, su autor, llama a afirmar las propias señas de identidad en unos tiempos en los que le resulta imposible reconocerse en los papeles, ni en las pantallas, ni en las conversaciones de los bares; donde los grandes fracasos pasan por éxitos colectivos, y donde siente necesaria una manera nueva de estar.
Mayo siglo XXI. ¿Es el fracaso un atributo del alma?
Texto y dirección: Fernando Renjifo. Creado con: Claudia Faci, Alberto Núñez e Isaac Torres. Teatro Pradillo. Hasta el 4 de noviembre.
En su puesta en escena, el texto se dice en quietud, con cierta solemnidad, como si no hubiera sido factible integrar el discurso en la acción, y la luz baja para proteger levemente el desnudo total de los tres amantes, que crean un grupo escultórico (ella, toda fragilidad entre el fragor de dos titanes) mientras el Kyrie de André Campra nos recuerda la humana fugacidad. Después, todos desgranan una letanía de lemas de mayo del 68 y de observaciones lapidarias (”Con tus 20 años corres detrás de lo viejo/No vale la pena salir a la calle/ para exigir lo posible”) que desembocan en una declaración de principios: “Esta no es mi guerra/Mi guerra comenzó antes, continuará después, y por fortuna es violenta./ Recuperemos las armas”.
Renjifo juega con el doble sentido: las armas son los atributos masculinos y los femeninos, y la guerra que propone, la de un cuerpo desnudo contra otro, como nos muestran enseguida sus actores durante una larga escena de sexo en la que hay un contacto profundo cierto pero sin transgredir el límite de la pasión real. Seudo satisfecho el deseo, la laxitud de los cuerpos abrazados en una suerte de balsa de la medusa mecida por el Requiem, hace sollozar a un espectador. Tras escena tan intensa, las últimas tiradas de texto suenan especialmente sentenciosas, por la suficiencia cuasi didáctica del recitado monótono convenido entre dirección y actores: cuesta, efectivamente, seguir ese epílogo en el que se enaltece la improductividad (“te costará entenderme”, repite Renjifo) como hipotética forma de disidencia.
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