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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tranquilidad, tranquilizantes

No es ya que mientan como bellacos a sabiendas, es que, encima, son pésimos actores, lo que viene a ser peor

Desde que para soportar los telediarios y otros informativos de cada día hay que tomarse antes un tranquilizante para no estallar de una vez frente a esa ordalía de malas noticias que se alimentan al mismo tiempo de los problemas de la crisis económica y de los numerosos crímenes atroces que se cometen a diario, la industria farmacéutica se hace de oro vendiendo al mismo tiempo ansiolíticos y estimulantes, cada vez más caros, por cierto, así que nos estimulamos en el desayuno con la química domesticada y nos vamos a dormir disolviendo en el cepillo de dientes cualquier producto que nos lo permita, porque ya se sabe que la conciencia desdichada se nutre de sus propias contradicciones. Tengo para mí que la civilización occidental hace tiempo que no existiría sin el conjuro de ese sector, amplísimo, de la industria farmacológica que presta su atención a las desviaciones de conducta presuntamente suaves pero enmendables, tan suaves en apariencia como remediables a condición de que los usuarios se conformen con unas pastillitas en lugar de hablar con provecho de lo que les ocurre. Todo eso da lugar a una sociedad más o menos empastillada donde la percepción de lo real se diluye y va a lo suyo si no se siguen estrictamente las instrucciones de uso. Es estupendo: eufóricos hasta media tarde, desarmados al caer la noche si hay que soportarla sin refuerzos.

¿El estado de ánimo? Bien, gracias. Pero, al cabo, todo tiene que ver con lo mismo. Las actuaciones de un Julio Iglesias en las que la expresión de su cara torrefacta parece alardear en público de un episodio agudo de estreñimiento, la apostura de apariencia señorial de Isabel Pantoja en el banquillo de los acusados, o el ardiente deseo de un Rafa Blasco agradecido a que por fin se le impute porque así podrá demostrar ante el juez toda la extensión de su inocencia, si es que todavía le queda alguna. Otra cosa es que los políticos de postín en campaña (siempre lo están, qué remedio) se parezcan cada vez más a esos spots publicitarios de cualquier cosa que fingen reflejar la vida tal como la vida misma es, de manera que un actor interpreta a alguien que usa un determinado dentífrico, por un poner, y a continuación aparece otro actor disfrazado de dentista con su bata de dentista y siempre sonriente certificando las bondades de la elección de ese producto. Recuerdo a un actor de Altea que visitaba su tierra cada fin de semana, y sus vecinos no sabían muy a qué se dedicaba en Valencia, hasta que salió en la tele un anuncio medicinal en el que aparecía como médico. Incógnita resuelta: era metge, y así quedó establecido por acuerdo vecinal.

¿Qué nos tranquiliza de la mayoría de los políticos de primera fila? No sus estupendas intervenciones, públicas, sino la seguridad de que están bien colocados. No ya porque esas intervenciones bienintencionadas huelan desde lejos al maquillaje de actores más o menos mediocres que suelen adoptar firmes actitudes atemperadas por un currículo más que dudoso, no. También andan disfrazados de lo que no son en según qué mítines y porque rara vez asumen la función explicativa que debería exigírseles. No es ya que mientan como bellacos a sabiendas, es que, encima, son pésimos actores, lo que viene a ser peor.

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