Algunos tenéis demasiado
Numerosas instituciones demandan ser rescatadas aún a costa de la pérdida de autonomía política y financiera
Con motivo del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, 17 de octubre, vuelve de nuevo a mi memoria la pintada que este verano leí en la carretera de Les Rotes, en Dénia, “algunos tenéis demasiado”. La frase, impertinente, para unos, pues parece que, en una economía de mercado, lo suyo es, precisamente, la acumulación; para otros es, sencillamente, consecuente. Mientras que a unos les sobra lo innecesario, a otros les falta lo imprescindible. Cómo es posible que la redistribución social permita que algunos tengan tanto y otros tan poco. Cómo unos hacen cálculos geométricos de sus ganancias mientras otros calculan minuciosamente los céntimos que les faltan para llegar a fin de mes. La pintada, pues, resulta, en cualquier caso, razonable, y que cada cual saque sus propias conclusiones.
El poeta, Jaime Gil de Biedma, dejó escrito, hace ya algún tiempo, en su peculiar lenguaje poético, en, Apología y petición, una breve descripción de la situación en la que encontraba a España. En ella, el mal gobierno y la pobreza, no eran, sin más, pobreza y mal gobierno, sino un estado místico del hombre, ante el cual - pedía - la pobreza suba hasta el gobierno y el hombre, al menos, sea dueño de su historia.
Cabe preguntar, cómo es posible que la crisis que, según dicen, a todos afecta, aún cuando no a todos en igual medida, pueda no ser tratada por el gobierno desde la perspectiva de los que menos tienen, que son, a su vez, la mayoría social. Cómo pueden los jóvenes encontrar trabajo cuando más del 50 por 100 de ellos se disputan los escasos puestos existentes, cómo encontrarlo quienes por su edad son situados fuera del mercado laboral, y cómo encarar el futuro quienes lo tienen con carácter provisional. Qué pensar cuando otros se reparten “bonus”, dietas, y prebendas, recurriendo incluso a estados financieros que falsean los resultados económicos. Dice el director general del Triodos Bank en España, que las crisis hacen, a los buenos, mejores, y a los malos, pobres. Viene a ser algo así como la supervivencia de las especies de Darwin, aplicada a la crisis. Dicho de otra manera, los poderosos, ganan; los débiles, pierden.
Los jóvenes fueron conducidos por el sistema productivo a la toma de riesgos innecesarios, para facilitar la adquisición de viviendas sobrevaloradas por la repercusión desmedida del suelo en favor de especuladores, instituciones financieras y los propios Ayuntamientos que durante años se vieron favorecidos por la burbuja inmobiliaria. Los trabajadores y empresarios, confundieron las ganancias fáciles, abandonando estudios, empresas productivas, y esfuerzos innovadores. Las bolsas de valores subían, todos ganaban, pero algo fallaba. La acumulación de capital a algunos les permitía soportar mejor la crisis, pero a otros la crisis les llevaría a perder el empleo, y a no lograr obtenerlo. Todos vieron recortar sus derechos, teniendo que mantener, en ocasiones, a familiares desempleados. En particular, los inmigrantes, admitidos con alegría en el pasado, para ocupar los oficios más desfavorecidos, incluido paradójicamente la atención a nuestros mayores, fueron más tarde rechazados.
Al Gobierno central y a, algunos, autonómicos, les sucedía algo parecido. Se patrocinaban gastos en eventos e infraestructuras costosas y en algunos casos inútiles, con la contratación de funcionarios y asesores, válidos y no, con sustanciosos emolumentos, y recurso al crédito que apenas resistía el primer embate de la crisis. Así, numerosas instituciones financieras, empresariales y familiares, pierden el control de sus cuentas, públicas y privadas, y demandan, según los casos, que otro les saque del atolladero, es decir ser rescatados, donde actualmente nos encontramos, aún a costa de la pérdida de autonomía política y financiera.
Sólo desde la perspectiva de los que menos tienen se puede reconducir la situación. La pintada de Les Rotes, no está falta de razón. Efectivamente, algunos tienen demasiado, para el justo reparto de la riqueza, incluso para que el sistema productivo funcione con eficacia. Unos tienen derecho a tener más, en atención a su esfuerzo, pero nunca que ello resulte excesivo. “Nada en exceso”, resumía Sócrates. Y todo gobierno debe hacer caso de la máxima, pues lo contrario, comporta, como hemos podido comprobar, efectos catastróficos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.