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Columna
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Nuestros fans son difíciles de impresionar

Los jóvenes emigran mientras Cáritas y la Cruz Roja conducen el autobús social del Estado de supervivencia

Mercè Ibarz

El título pertenece al anuncio del festival de cine de Sitges de este año, lo vi la semana pasada en las salas Verdi y se me quedó. Busco en la red sus credenciales. Lo firma Fermín Cimadevilla para la productora FishFilm. Un individuo en edad jubilada de tantas cosas, cenizo de aspecto y de expresión adusta, como corresponde a un festival de cine de terror y a la actualidad misma, sube a un autobús nocturno, de luz verdusca. Solo hay una pasajera, no se ve quién conduce. La joven está enfrascada en su teléfono móvil de última generación. Advierte por fin al hombre cenizo de gabardina y mirada zombis, nada alentadoras de buena compañía ni la una ni la otra. Lo mira y con leve sonrisa conviene para sí que la puesta en escena del tipo es la mar de antigua. Modula un gesto displicente de leve fastidio y sigue con su teléfono. El hombre sigue mirándola desde su mundo perdido. La chica, ni caso. En una suerte de no va más, el hombre se desintegra transformándose en un rebaño de ratas que, raudas, serpentean por el suelo del bus. La joven del teléfono vuelve a mirar la escena y de nuevo inmutable regresa a lo suyo tras lanzar a las ratas una mirada condescendiente que no llega ni a mordaz. “Nuestros fans son difíciles de impresionar”, concluye una voz.

O lo que es lo mismo: los jóvenes no están para más trucos y sustos. El mismo día había leído en este periódico el dato: 10.000 jóvenes han emigrado de Cataluña en los últimos tres años. Nueve cada día. Son difíciles de impresionar, nuestros jóvenes, en efecto. Se les ha dicho y repetido que ninguna generación anterior lo había tenido tan bien y, a pesar de ello, han visto, al igual que la chica del bus, cómo se desmantela en un pispás eso que para no mentar la justicia social llamamos Estado de bienestar. Al igual que el tipo del bus, el ascensor social que no hace tanto funcionaba se ha roto en cien pedazos que resultan ser ratas dispuestas a llevarse a la boca la primera carne joven que encuentren. O sea que los jóvenes emigran, se van. No los enviamos a la guerra, por suerte. Los enviamos a otras trincheras, las de ganarse la vida.

Mientras, estamos en campaña electoral no declarada. La verdad es que tengo ganas de que empiece la campaña propiamente dicha. Para ver qué programas concretos ofrecen los partidos en liza, en particular los que esperan ganar y conducir la nueva etapa. La cosa se está poniendo difícilísima para tantas personas y hora es ya de que sepamos bien por dónde van los tiros (con perdón) de la nueva etapa, cómo vamos a terminar el año y cómo vamos a continuar los siguientes.

Para la muchacha del bus el miedo de siempre no es un argumento para huir. Lo que lleva a nueve jóvenes al día a emigrar es la otra cara del miedo, las ganas. Ganas de tener un proyecto en marcha. Algo así sucede con el independentismo. Ganas de que pase algo, lo que sea. Para que al menos durante un tiempo —meses, semanas, días, horas o segundos, como en el spot— uno pueda contemplar sin miedo al hombre de la gabardina, a l’home del sac, a ese fantasmón que no tiene sino el viejísimo poder de amedrentar sin más. Al fin y al cabo, rumio, no sé por qué esperamos algo todavía del antiguo Estado social, ya demolido, roto en tantos pedazos como ratas en el anuncio del tipo que sube al autobús para asustar a una chica como sea, incluso al precio de quedar reducido a rebaño de roedores.

Eso, por qué deberíamos llorar por el ayer. ¿Y si resulta que son Cáritas y la Cruz Roja las que conducen el bus? Puede que sí, que sean ellas las que llevan el volante. Al cabo, son ellas las que darán de comer a los niños en las escuelas al menos una vez al día este curso. También eso lo dice el periódico. Cinco centenares de criaturas van a poder comer este curso (176 días lectivos), gracias a un programa de Cáritas y la Cruz Roja. Si no fuera así, los 500 críos no comerían nada, o nada equilibrado a lo largo del día. También ellos serán fans difíciles de impresionar. Puede que la chica del spot de Sitges haya sido alimentada ya así, por el nuevo Estado de supervivencia a cargo de organizaciones de la caridad en tiempos turbulentos. De momento, a la muchacha no le asusta l’home del sac. Suerte, joven.

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