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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fin de la sinonimia

Decir PP y Comunidad Valenciana era lo mismo. Hoy ese axioma ha empezado a derrumbarse

Miquel Alberola

Alberto Fabra afronta su segundo 9 d’Octubre como presidente del Consell. El año pasado auguró grandes sacrificios (los ha llevado a cabo) en el mismo discurso oficial en el que hizo, como presidente, un llamamiento a los valencianos (a todos) a ser decisivos para impulsar el cambio (votar a Mariano Rajoy para desalojar al PSOE de la Moncloa). Entonces acababa de entrar en el Palau de la Generalitat, pero traía bien asumido el modelo de sus antecesores: entre el PP y la Comunidad Valenciana había una relación de sinonimia total. Eran términos intercambiables en un mismo contexto, dos modos de expresar lo mismo. Es decir, la Generalitat, la Comunidad Valenciana y el PP eran un local diáfano en el que sucedía todo sin líneas rojas. Fabra, por consiguiente, disponía de barra libre para, en sede institucional, ofrecer con total impunidad un peaje (grandes sacrificios) a los ciudadanos y señalarles el camino electoral que lo recompensaría (Rajoy).

Un año después ese axioma, que tanta rentabilidad electoral ha devengado al partido (una de cada dos personas que pasaban por la calle votaba al PP), ha empezado a derrumbarse en la demoscopia, en buena parte como consecuencia de la frustración de esa misma expectativa que Fabra condicionó al sacrificio. La llegada de Rajoy a la Moncloa ha empeorado las cosas no solo a los ciudadanos (se ha deteriorado el Estado del bienestar, así como las condiciones laborales y la protección social, mientras se han disparado los impuestos, el desempleo y la desesperanza), sino también a la Comunidad Valenciana, que acaba de sufrir el desprecio del Mesías que prometió Fabra en las inversiones del Estado.

Fabra está mucho más acorralado que el anterior 9 d’Octubre también por su propio desgaste. Un año después, el Consell que heredó de Camps ya es el suyo. Demoró más allá del límite la opción de configurar un Ejecutivo propio con el objeto de que quienes tuvieran que llevar a cabo las medidas más duras acabaran absorbiendo todo el impacto de la erosión, para luego maquillar esa corrosión con una remodelación del Consell a la medida que le permitiera refrescar su imagen y visualizar un antes y un después. Sin embargo, la cara del presidente ya resulta indisociable de lo que han hecho los miembros del Consell heredados, incluso la combustión derivada de la situación financiera de la Generalitat ya broncea demasiado a los que ha nombrado él, como es el caso (por citar uno) de Máximo Buch, quien cada día se parece más al vecino del ático de la 13 Rue del Percebe (siempre huyendo de los acreedores). Esa dura realidad ha estropeado el sistema aplicado por el PP en los últimos 17 años, hasta el punto que Fabra ya ni siquiera utiliza aquel parámetro para calcular un futuro electoral en el que el bipartidismo (con el PSPV enquistado) ya no le garantiza la estabilidad ante la inminente atomización de su partido. Lo que quizá explique por qué se ha puesto a rebañar el bidón del anticatalanismo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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