La gestión de un fracaso
La viscosa herencia de la corrupción es muy incómoda de manejar
En la comparecencia ante los periodistas tras la Conferencia de Presidentes, le preguntaron el martes a Alberto Fabra en Madrid si hubiera preferido que Rafael Blasco dimitiera como diputado. El jefe del Consell evitó contestar que sí. Lo ha evitado varias veces más a lo largo de esta semana. Ayer mismo dijo que el exconsejero y exportavoz ya sabe lo que tiene que hacer. En todo caso, eludió poner sobre Blasco toda la presión moral y asumió dócilmente la teoría de que el acta de diputado es propiedad de cada cual: “Respeto la decisión del señor Blasco de mantener su escaño”. ¿Que la respeta? Podría haber dicho que no le gusta, o que no la comparte, o tal vez que le ofende, como ofende a muchos ciudadanos, vistos los delitos de los que está acusado. También le preguntaron a Fabra qué siente al ver a 10 imputados por corrupción sentados en el banco del PP en las Cortes Valencianas. Y contestó que, quienes las tuvieran, dejarían las responsabilidades de dirección en el grupo. Ayer ocurrió.
Ha sido un parto largo, de meses, el de esta mínima depuración, este gesto de decoro elemental que consiste en retirar los trapos sucios hacia un lugar más discreto. Y ha causado en el seno del PP muchas turbulencias. La misma tarde del miércoles, un Blasco ya relevado, exigía que fuera el nuevo portavoz, Jorge Bellver, quien saliera a defenderle ayer de las diputadas Clara Tirado y Mireia Mollà, en el pleno de las Cortes Valencianas, donde se debatía la creación de una comisión de investigación sobre las subvenciones que la justicia le acusa de haber contribuido a saquear. Le tocó hacerlo al alcalde de Sagunto, Alfredo Castelló, porque Bellver prefirió no debutar como portavoz defendiendo a su predecesor.
La viscosa herencia de la corrupción es muy incómoda de manejar. Sobre todo si la pretensión es amparar bajo el manto de la presunción de inocencia a un equipo de políticos con serios problemas con la justicia como el que Francisco Camps sentó en el Grupo Popular. Fabra ha heredado el equipo como quien hereda las deudas de un pariente al que no tienes más remedio que soportar. Y trata de convencer a la ciudadanía de que, al mismo tiempo, promueve un programa de regeneración. ¿Estamos ante un líder reformista en potencia? Entre recorte y rescate, el aliento de su reformismo, hasta ahora, es más bien gestual, y de vuelo muy tímido, tanto en el partido como en las instituciones. Tal vez porque su destino lo limita a gestionar un fracaso: el de 17 años de populismo conservador.
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