Del Diván a los Tribunales
"Es momento de que la sociedad civil, apoyada de juristas independientes, presente un 'Yo acuso' contra quienes han hecho y hacen un uso legal, pero inmoral, del sistema financiero y político"
La voz intangible del sistema que a diario nos adoctrina, lejos de asumir responsabilidades, nos hace creer que el bienestar social se ha roto porque el ciudadano medio ha actuado de forma improcedente.
Para ejecutar este agravio, los guardianes del sistema, liderado por un entorno político-financiero coaligado (o una élite extractiva como recientemente señalaba en estas mismas páginas César Molinas), se sienten con la obligación de poner en marcha su aparato de propaganda. De este modo, lanzan a discreción una narrativa ficticia que intenta justificar su fraudulenta impostura, sin importarles que con esa manipulación fragmentan convenientemente a la sociedad y crean peligrosos enfrentamientos. Con esta estrategia, se excluyen de la catástrofe que han cometido, inculpando deliberadamente al ciudadano más vulnerable.
Además, esta propaganda difamatoria producida por estructuras partidistas y difundida por sus acólitos consigue, en última instancia, que la víctima civil interiorice tales simulacros, sintiéndose culpable y traumatizada por un delito que nunca provocó.
Tal comportamiento es inadmisible en un modelo democrático como el español. De oficio, jurídicamente, se debería de estar cargando contra los verdaderos protagonistas de este escenario dramático ya que es improcedente el comportamiento estafador con que los estamentos públicos, ocupados por las redes políticas, han funcionando y funcionan. En ese sentido, no hay diferencias sustanciales con los clanes confederados, dedicados a la protección y el ejercicio autónomo de la ley, que dominaron abusivamente el Imperio Romano después de la República. Siguiendo este modelo, al igual que en los sistemas mafiosos, el establishment pone en marcha la omertá para evitar estratégicamente una caída en dominó de todas las piezas que lo componen. Nadie delata a nadie por miedo a perder, no la vida, pero sí poder, dinero y semanas caribeñas.
Todos estos abusos se evitarán cuando los sujetos infectos que ocupan las estructuras del Estado de Derecho y sus poderes fácticos paguen sus infracciones y la sociedad civil se incorpore a ellas como mecanismo de control que garantice una actividad plural y honrada.
Por todo ello, creo que es momento de que la sociedad civil, apoyada de juristas independientes, presente un “Yo acuso” contra quienes han hecho y hacen un uso legal, pero inmoral, del sistema financiero y político, al estilo de lo que hiciera Emile Zola hace poco más de un siglo en París. De otro modo seremos cómplices de la injusticia que se está cometiendo. Hay gente desesperada quitándose la vida, la hay pasando hambre, y aún, este sistema de castas, tiene la desfachatez de cargar contra ellos señalando que son culpables de haber vivido, tiempo atrás, por encima de sus posibilidades. Pero olvidan decir que lo hicieron engañados por un sistema que ganó mucho dinero lanzándolos al abismo. El sistema ha sustituido individuos por consumidores a quienes persuade a diario modificando sus conductas para que la lógica no actúe y sean las emociones las que tomen decisiones beneficiosas para la élite especulativa. Vivimos entre factores motivacionales ocultos que no controlamos, todos ellos creados a conciencia por oligopolios de poder. “Somos seres amaestrados para el consumo” como explica David Riesman en su reconocido ensayo The Lonely Crowd.
Nadie advirtió que el sistema podría sufrir un trastorno emocional que los psiquiatras denominan ‘mitomanía’. Los mitómanos son personas que se creen sus propias e interesadas mentiras para venderlas de manera fraudulenta al resto de la sociedad. De esta manera, y para conseguir sus arteros objetivos, manipulan, adulteran y falsean la realidad de forma sistemática usando mecanismos de defensa para convencer al público de que no hay alternativa a su verdad. Gobiernos, maquinaría política (inclúyase sindicatos en este epígrafe), banqueros y financieros, los verdaderos constructores de esta debacle, vienen padeciendo esta perversa patología. Con fábulas embaucaron a sus votantes y clientes, les diseñaron planes de futuro alentadores, les dijeron que España avanzaría sin límites por la senda del progreso, les vendieron un discurso fantástico… Pero hemos sabido que, al tiempo que hacían tales afirmaciones, jugaban y especulaban con sus vidas en la ruleta financiera. Y lo que es más grave todavía, cuando perdieron las apuestas y arruinaron a millones de ciudadanos, no admitieron ni admiten su acción negligente.
Su gestión enfermiza ha provocado que España cuente ya con una generación perdida, la Generación Y: jóvenes universitarios brillantes que por exigir a los mitómanos que dejen sus cargos y hagan el paseíllo del diván a los tribunales son tachados de frívolos. Cabe recordar que estos mismos gestores cortaron también las alas de la Generación X, aquella que se conocía como JASP -Jóvenes aunque sobradamente preparados-, ya que los clanes del sistema, dirigidos por una generación inferior en conocimientos y valores éticos, se sintió amenazada y actuó como tapón generacional. Demasiadas víctimas, demasiados insultos, demasiados saqueos públicos, o como diría Albert Camus demasiados ‘decorados derrumbados’ como para no poner orden de inmediato desde la inteligencia civil.
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