Negro, blanco, negro
Eros va representado como un estímulo más que como figura, y el sentimiento de la bailarina es de derrota, de abandono a unas circunstancias trágicas

Con una redacción sobria y de hondura, Maryluz Arcas compromete el tiempo y el espacio en una síntesis que dura lo justo. La música en directo interpretada por la voz a capela de una soprano, concede un carácter ritual a las escenas y aporta una distancia elegante. Trabajar sobre el concepto del solo de danza ha llevado a esta artista hasta el enfrentamiento con un imaginario y enorme espejo referencial. El público figura como testigo.
La idea del psicopompo como dios-guía hacia una plenitud, quizás oscura, domina la pieza, una epifanía en sordina dividida sobre el papel en siete partes, pero en la práctica, tres grandes bloques: primero de negro; luego de blanco (y un breve desnudo) y de nuevo el negro. Puede interpretarse como un ciclo. Eros va representado como un estímulo más que como figura, y el sentimiento de la bailarina es de derrota, de abandono a unas circunstancias trágicas.
Arcas navega en su dibujo, que es preciso y su línea física, clara y evidenciando parte de su génesis formativa, de su escuela. Con mucho aplomo, percute el suelo rítmicamente, tensiona el soporte, usa brazos y pernas como arbotantes de una nave. Su baile es serio y concentrado, diríase que lineal hasta que por propia voluntad hace de las líneas una especie de voluta o espiral. El uso de los brazos es poderoso y elocuente.
Sed erosiona no deja de ser sombría en ningún momento, hasta hay un cierto regusto tenebrista en cómo se presentan los componentes plásticos que desembocan todos en esa experiencia de éxtasis girovago, de asunción tanática.
Sed erosiona
Compañía La Phármaco. Coreografía y baile: Maryluz Arcas; voz: Laura Fernández; música: Manuel de Falla, J. S. Bach y tradicional de Cerdeña; luces: Jorge Colomer; dirección: Abraham Gragera. Sala Cuarta Pared. Hasta el 30 de septiembre.
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