Este extraño despertar
Los jóvenes se indignan por la codicia de los desvergonzados financieros, culpables e impunes
Fueron 30 años de ensoñación. Tras el golpe del 23 de febrero de 1981, el Rey se reunió con los partidos políticos presentes en el Parlamento, excepto los vascos y catalanes. Los golpistas imponían condiciones, el pacto del capó. El año siguiente, Felipe González formó gobierno y PSOE y UCD aprobaron la LOAPA para limitar el autogobierno de vascos y catalanes; estos recurrieron la ley y el Constitucional declaró inconstitucionales 14 de sus artículos, limitando sus efectos. En adelante las tensiones de fondo parecieron diluírse, los generales franquistas se jubilaban y, tras un vergonzoso referéndum, España entraba en la OTAN, los militares se formaban en EE UU y el contacto regular con los ejércitos de países vecinos nos reconfortó: se harían más “europeos”. En ese marco se negoció la entrada en la Unión Europea, no olvidaremos la explicación oficial de lo que negoció el Gobierno para los gallegos: tendríamos más facilidades para emigrar. A pesar de eso, la entrada en la UE fue globalmente una oportunidad y llegó mucho dinero; que lo gastásemos irresponsablemente no es culpa de Bruselas sino nuestra. Fueron 30 años que nos hicieron creer que la vida era así, las cosas siempre a mejor. Y no.
También pareció abrirse un camino histórico para Galicia, reconocida por la Constitución como nacionalidad. El presidente preautonómico Antonio Rosón instituyó el 25 de julio como Día Nacional y, en un clima de acuerdo bajo la presidencia de Fernández Albor, el Parlamento aprobó por unanimidad la ley de símbolos. “Non imos dotar a Galicia de bandeira, de himno e de escudo propios porque xa os ten, senón que se trata de recoñecelos como tales, mediante lei deste Parlamento”, dijo. En esa misma sesión se trató de la crisis empresarial del sector naval, de la trasferencia del Insalud, de la financiación de la comunidad autónoma y de la finalización de la Autopista del Atlántico… Parecía que el antiguo reino revivía entonces como país moderno y autogobernado. Y no.
Pero todo eso ya es Historia: ya pasó. Suárez habita un limbo de olvido y la muerte de Carrillo selló esa época. La famosa Transición con sus secretos y apaños ya no actúa en una nueva generación que ahora actúa, critica y exige. Ni los ciudadanos catalanes ni los jóvenes que protestan ante las Cortes contra una política ideológicamente franquista y socialmente clasista sienten lo que hemos sentido tantos años: miedo. No temen a la policía, se indignan y avergüenzan de los antidisturbios que actúan como la policía franquista. No temen al Ejército, ya no conocieron aquel servicio militar obligatorio con su adoctrinamiento franquista y su violencia. No temen a esa España de franquistas que gesticula desde la poderosa caverna madrileña. No temen y se indignan por la codicia de los desvergonzados financieros, culpables de la ruina e impunes. Hoy está todo en democrática cuestión: este Gobierno, las leyes, los jueces, la Monarquía, la independencia de Cataluña, la forma del Estado...Y en medio de esta crisis económica, sí. Y quien lo discute es la ciudadanía que ya no reconoce a los viejos partidos, ni siquiera al Parlamento. Vivimos un vértigo, días históricos, y nadie sabe lo que va a durar una ley o un gobierno.
En este trance votamos los gallegos, pero ya no recordamos de qué se trata. No recordamos que recuperamos el autogobierno perdido, esta autonomía totalmente desprestigiada por la ineficacia e inutilidad de los partidos, por los medios de comunicación gallegos, por todos nosotros... Es un momento miserable de nuestra historia, es natural que aparezca por aquí Mario Conde y que nos represente un presidente que, cansado de echarle las culpas de todo a Zapatero, haya encontrado ahora unos nuevos culpables: los catalanes. A ellos les recuerda que “Cataluña y Galicia son España desde hace 500 años”. Efectivamente hace 500 años a Galicia se le arrebató parte de su territorio y fue “domada y castrada” por los Reyes Católicos. Sí, y de ahí nacieron todas y cada una de sus ruinas. Una cosa es aceptar que el pasado no tiene solución y otra que el presidente de la Xunta lo celebre. Pero Feijóo necesita buscar sucesivos culpables para ocultar su fracaso en todo.
Para el Partido Socialista es su peor momento desde que renació tras la muerte de Franco. Al forzar a Zapatero a prescindir de primarias y entregar el partido a Rubalcaba, soñaban con una vuelta a los añorados ochenta. Se trataba justo de hacer lo contrario, tenían que asumir su pasado reciente, aciertos y errores, y escoger un equipo nuevo. Están atrapados en ese mal paso, perdieron la oportunidad de reinventarse. En Galicia tendrían que inventarse desde abajo. Y el BNG aún está confuso por lo que vivió, aún no comprenden lo que hicieron en la etapa de Quintana, que llegó apoyado por Beiras y la UPG, y ahora reventó la extraña fórmula que combinaba un aparato leninista por un lado con un personalismo sin control por otro lado. Feijóo llegó para recortar el autogobierno y, aunque ahora escape de retratarse con Rajoy, fue un obediente ejecutor de las consignas de la calle Génova, pero ya nuestra impotencia y el curso de la historia está acabando también con la autonomía. No puede haber ilusión, pero votemos para paliar daños y salvar muebles.
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