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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cateto en Nueva York

El presidente inexistente caminaba indolente por la Sexta Avenida de Nueva York, con aire displicente, mientras en España la buena gente —algunos imbéciles eran inevitables para dar validez a la regla— era aporreada a las puertas del Congreso por protestar contra las medidas indecentes que nos llevan al poniente de la dignidad humana. El presidente inexistente, y le llamo así porque no habla y cuando lo hace es para festejar el silencio de los corderos, paseaba por la Sexta Avenida fumando un puro, atendiendo seguramente las indicaciones de algún ilustrísimo asesor de imagen y comunicación de masas que le convencería (es fácil de convencer) de que debía transmitir normalidad, tranquilidad, poderío y savoir-faire en la Gran Manzana; que a los americanos ese tipo de imágenes les sientan bien. Y supongo que le dirían que no llevase un habano, porque eso sí está mal visto, aunque dudo mucho de que lo que colgaba de su boca fuera un farias. Lo que no le dijo su ilustrísimo asesor es que el puro provoca imágenes encontradas. Un farias es sinónimo de partida de mus o tute, algo popular que, sin embargo, está prohibido en las tabernas españolas donde se juega al mus o al tute. Y un habano, cuando pende una corbata del cuello de la camisa, se relaciona inmediatamente con palco de fútbol o barrera de toros, dos lugares no bien vistos por la plebe, por razones obvias, por muy silenciosa que sea o por muy corderos que seamos.

La verdad, y con la verdad se va a cualquier sitio, es que a mí el presidente inexistente, en esa fotografía me pareció un cateto en Nueva York, un actor secundario en una película de los años 40, un emigrante que antes de buscar pensión se compra un puro para darse el gustazo de sentirse Edward G. Robinson o John Wayne paseando por la Sexta Avenida entre la absoluta indiferencia de los neyorquinos y la mirada insolente de los despampanante rascacielos.

A los políticos les persigue la maldición de sus ilustrísimos asesores y su desidia para tomar decisiones por sí mismos. A Aznar le perseguirá siempre su acento de cateto tejano cuando estaba trabajando en ello con Bush. A Esperanza Aguirre, entonces ministra de Cultura, la lástima de no haber visto ninguna película de la famosa actriz Sara Mago. A Zapatero, su acento cateto de francés de bachillerato en la Asamblea francesa. El catetismo de las visitas a los mercados en campaña electoral es ya un clásico que solo mueve a la compasión.

El problema del presidente inexistente es que el humo del puro le ciega los ojos, como a Paco Martínez Soria se los cegaba el humo del tubo de escape cuando visitaba la gran ciudad. Pero lo del actor era ficción, una película pretendidamente de humor, de pasar el rato, y lo el presidente inexistente se antoja una realidad, tenebrosa, que como siempre supera a la ficción de cualquier película de terror

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