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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aterrizaje

"Viajar tan lejos da un poco de vértigo por si acaso a la vuelta, en lugar de un país, se encuentra una un almacén de desguace"

Acababa de tomar el vuelo de Shanghai a Pekín de las siete de la mañana. Viajar tan lejos da un poco de vértigo por si acaso a la vuelta, en lugar de un país, se encuentra una un almacén de desguace, sin Seguridad Social, ni enseñanza gratuita, ni televisión pública, ni Cataluña, ni nada de nada. Pero allí estaba yo, sin mirar atrás como los valientes. Dispuesta a comerme el mundo.

Ya les digo, siete de la mañana, esa hora tan melancólica. Imagínense la cara de recién despertada. Pelo recogido en una coleta, ojeras de oso panda, cero glamour. Me esperaba una rueda de prensa a la llegada y me había dejado olvidado el estuche de maquillaje en el cuarto de baño del hotel. En otras circunstancias, hubiera sido un problema. Pero aquello era China, un país con recursos. Así que mi editora y traductora desenfundó su bolsito negro y empezó a sacar pinceles y pinturas de guerra. Y allí a 10.000 metros de altura, comenzó la metamorfosis.

El maquillaje era dos tonos más claros que el color natural de mi piel, y el eyeliner quedó un poco desdibujado por las turbulencias del vuelo. Los pasajeros chinos pasaban olímpicamente del proceso de transformación, pero había un extranjero que no nos quitaba ojo. Un tipo alto, de huesos largos, australiano, seguro.

Yo entre pincelada y toque de polvos sólo pensaba en lo rara que era la vida tan cerca del cielo y tan lejos de la prima de riesgo. Acababa de leer en el periódico una noticia extrañísima. Imagínense que unos paleontólogos, a partir de la falange del dedo meñique de unos restos humanos de millones de años encontrados en Siberia, llegaron a deducir que el dedo era de una chica, que tenía los ojos castaños y que había mantenido sexo con los aborígenes de Australia. Ya ven qué cosas. Que sepamos tanto del ADN humano y que no tengamos ni idea de cómo arreglar el desaguisado que tenemos montado aquí abajo.

El aterrizaje fue suave. Pero yo era otra. Lo comprobé en un espejito de mano. Con esta pinta de Pontevedra que tengo, salí del avión clavadita a Madame Butterfly. Y de esa guisa me presenté ante las cámaras de televisión, en plan estrella de tres al cuarto.

A la mañana siguiente, volví a ser yo, claro. Cenicienta. Bajé a desayunar al buffet del hotel, otra vez somnolienta, en vaqueros y sin maquillar. Curiosamente el australiano del avión se alojaba también en el Beijing Royal. Desde el fondo del breakfast club se acercó a mi mesa, sonriendo.

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Have a nice day—, dijo. Después desapareció en la mañana oriental y me quedé pensando en lo ajetreada que debió de ser la vida de sus ancestros.

No sé si todos ustedes habrán vuelto de vacaciones tan confusos como yo. Me acuerdo mucho de aquellos astronautas rusos que salieron un buen día a una misión espacial y a su regreso, la URSS ya no existía y se tiraron varios días dando vueltas a la órbita porque nadie sabía dónde tenían que aterrizar. En fin, que tengan un buen día.

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