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Cedeira digiere su propio caso ‘Fago’

Un atropello mortal destapa la vieja enemistad por una denuncia urbanística entre el conductor, un constructor, y la víctima, exdirector de un banco

Calle de Cedeira en la que se produjo el atropello mortal el pasado 10 de agosto.
Calle de Cedeira en la que se produjo el atropello mortal el pasado 10 de agosto.GABRIEL TIZÓN

Ni la climatología variable ni el bajón del turismo madrileño. En Cedeira, este agosto no se ha hablado de otra cosa que de la muerte de Juan José Cheda, que fue arrollado el 10 de agosto con su coche por otro vecino, Maximino Caruncho, en el paseo marítimo, a plena luz del día y sin testigos. Es su particular caso Fago, porque recuerda a lo ocurrido en un pueblo aragonés donde el candidato socialista a la alcaldía, Santiago Mainar, asesinó al alcalde popular, Miguel Grima, con una escopeta de caza tras emboscarlo en un barranco en 2007. El crimen de Huesca destapó una turbia historia de odios encallecidos.

En Cedeira, la víctima y presunto verdugo también se odiaban. Tanto que se enredaron en una intrincada guerra judicial a cuenta de una obra de Caruncho (el conductor) que se paralizó tras una denuncia de Cheda (el fallecido). Los dos tenían intereses en la construcción y habían tenido o tenían pendientes “de 18 a 20 litigios”, según fuentes del caso, que los enfrentaban a ellos y a sus familias con rabia tanto en la calle como en los tribunales. Con todo, y aunque sus guerras eran bien conocidas, pocos vecinos se atrevieron a pensar que la aversión que se tenían llegaría tan lejos que acabaría en un supuesto homicidio que durante unas horas aparentó ser un trágico accidente. Ocurrió en la calle Mariñeiro, unos minutos antes de las diez de mañana. Tan pronto como los nombres del conductor y de su víctima saltaron a los medios, casi ningún cedeirés se creyó que el atropello fuera casual. Juan José, que vivía cerca e iba camino de su coche, fue embestido por detrás por un Suzuki pequeño conducido por Maximino. Murió prácticamente en el acto a causa de los golpes que se dio contra el asfalto y su propio vehículo. El constructor fue hospitalizado con un severo ataque de ansiedad. Antes de que acabara el día, la Guardia Civil lo había detenido por un posible homicidio. Ha pasado el último mes en la enfermería de la prisión de Teixeiro (A Coruña).

¿Fue una fatal casualidad entre dos antiguos enemigos o un crimen deliberado? Cedeira entera se ha dividido en dos bandos que arropan a la familia de la víctima o se solidarizan con la del imputado. Los dos eran muy conocidos y tenían amigos y enemigos a partes iguales. Juan José Cheda García, de 76 años, se había jubilado como director de la sucursal local de Banesto y Maximimo Caruncho Pérez, de 66, dirigía una pequeña constructora familiar que lleva su nombre y que presume de haber edificado un millar de pisos en una localidad costera del norte de A Coruña.

Hacía años que los dos se habían enemistado profundamente a raíz de una obra que Caruncho inició en Mariñeiro, la calle del accidente, y que se paralizó tras una denuncia por presuntas irregularidades urbanísticas de Cheda, que vivía en la casa contigua. En Cedeira cuentan que las obras de la nueva construcción le habían ocasionado grietas y otros desperfectos en su casa que le reclamó al constructor. Este nunca le pagó los destrozos y los dos se enroscaron en una espiral de denuncias y pleitos civiles.

A la familia de la víctima, bien relacionada en las esferas judiciales —con una hija juez y un yerno fiscal—, no le cabe duda de que el crimen fue intencionado y así se lo comentaron a sus allegados el día del velatorio. La defensa de Maximino dice que el detenido niega la intencionalidad: Lo plantea como un homicidio involuntario en el que se ha cruzado por medio “la fatalidad” de una enemistad que era vox populi. Su abogado, Víctor Espinosa, pidió a finales de agosto la libertad bajo fianza para el constructor por motivos de salud pero el juzgado todavía no ha contestado. Argumenta que su defendido estaba a tratamiento psiquiátrico cuando atropelló a su vecino en un suceso del que no hay testigos directos, solo personas que apenas vieron nada.

La versión del constructor es que se despistó mirando hacia la Peixeira, una escultura situada en la misma carretera del accidente que su empresa tenía orden de reponer en su ubicación original ese mismo día después de un exilio forzoso. Asegura que no vio cruzar al peatón y sufrió una crisis de ansiedad al reconocer en la víctima a su enemigo. Fuentes oficiales indican que en la calzada no había ni rastro de las marcas de un frenazo. La Fiscalía y la Guardia Civil, que elabora el atestado, mantienen la imputación por supuesto homicidio.

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