El descubrimiento de la realidad
En las próximas elecciones a Galicia le va la vida en imitar a Andalucía y a Asturias
Nos duelen las mandíbulas, y no es de reír. Hace dos años empezamos a contemplar una realidad cada vez más temible y se nos fue abriendo la boca más y más. Ya podemos cerrarla, efectivamente esto es un desastre pero, además, un disparate. Es un desastre por la dimensión histórica de los costes personales y sociales de la crisis, se ha interrumpido el proceso de crecimiento constante que vivía España desde los años cincuenta del siglo pasado y retrocedemos económica, cultural y socialmente. Es un desastre ver que el mundo que pisábamos desaparece bajo nuestros pies. Y es un disparate porque creíamos que los gobiernos eran mejores o peores y más o menos de nuestro parecer, pero no imaginábamos que alcanzarían esa responsabilidad personas absolutamente incompetentes. Es el caso.
Mariano Rajoy es un caso único. Consiguió pasar desapercibido como ministro y como vicepresidente, pero la presencia de Aznar hacía su figura más aceptable. De escoger, siempre optamos por el más educado. Hizo luego una oposición absolutamente reprobable por destructiva, mecido y llevado por el magma de la extrema derecha, y la crisis hizo el milagro de que un candidato que nunca consiguió la consideración de la mayoría de sus propios electores llegase a la Moncloa. Estábamos dispuestos a asistir a que el sayo hiciese al monje y a que llegado al cargo se apareciese en un gobernante que afrontase la situación. Pero lo que no puede ser no puede ser.
Zapatero fue derribado del caballo en la mitad de su mandato por la realidad, ya en el suelo se juró sacrificarse como gobernante haciendo lo que creyó que era su obligación. Los ciudadanos en general sólo pudimos contemplarlo con desconcierto y cabreo. Sin embargo, los poderes económicos y la dirección del PP conocían perfectamente lo mismo que sabía Zapatero. Prometieron a la sociedad una salida al desastre, la solución era que gobernasen ellos con su programa electoral. “Sin crédito no hay crecimiento ni empleo, pero para que haya crédito tiene que haber confianza. Y la confianza se gana con un cambio de Gobierno. Nosotros somos ese cambio”, aseguró Rajoy hace menos de un año. Hace una semana nos preguntaba acerca de la dura subida del IVA: “Si existiese otra alternativa, ¿alguien cree que no habría sido yo el primero en adoptarla?”. ¿Pretende que le demos la razón? Ahora acaba de decirnos “quien me impide realizar mi programa electoral es la realidad”. Llegó al gobierno ya bien metidos en la crisis y acusando al gobierno anterior de ser el problema, pero acaba de descubrir la realidad: resulta que al fin gobiernan ellos y sigue existiendo el problema. ¿Qué debemos pensar de un presidente así?, ¿de un gobierno del cual uno de sus más conspicuos reveló sus intenciones, “que caiga España que ya la levantaremos nosotros”?
Mienten al decir que hacen lo que hacen porque no tienen otro remedio, les obliga “la realidad”. La crisis no obliga a dejar de subvencionar los libros de texto y seguir subvencionando colegios que educan por separado a niños y niñas, eso sí es su programa y su ideología. No obliga a impedir abortar a las madres que saben que sus hijos van a nacer con graves malformaciones, ni a retirarles además las ayudas a los dependientes, eso sí es su programa y su ideología. Ni obliga a recortar prestaciones sanitarias argumentando que “a lo mejor empezar a hacer mamografías a los catorce años es innecesario” o “lo que abonan los pensionistas por sus medicinas sólo es el equivalente a ocho cafés”. Privatizar la sanidad pública sí es su programa y su ideología. Cierto que hay una crisis financiera terrible pero eso no justifica el desprecio de la derecha a los jóvenes en paro (que no sean sus hijos): “que busquen trabajo aunque sea en Laponia”. La realidad no obliga a aprobar horarios comerciales salvajes que destruyen el pequeño comercio y explotan a los trabajadores. No obliga a los diputados de la derecha a aplaudir la aprobación de un lote de recortes sociales, la realidad no obliga a desearnos “¡que se jodan!”.
La realidad no obliga a ilegalizar las protestas, transformando en delito la resistencia pasiva y la protesta. La realidad no obliga a transformar la RTVE en RTVPP: a expulsar de RTVE a los mejores profesionales que estaban haciendo una radio y televisión públicas dignas y profesionales y sustituirlas por individuos al servicio del PP. La realidad no obliga a hacer política clasista y ultraderechista que causa daños humanos tremendos y favorece a la minoría privilegiada. Ésa es la realidad.
Estas elecciones son inevitablemente una batalla más de la política estatal, pero a Galicia le va la vida en imitar a Andalucía y a Asturias, en encontrar al menos gestores que no ejecuten aquí todo ese sectarismo innecesario. Ya no hablo de tener un gobierno nacional gallego que mire por lo nuestro. Pero de eso hablaremos el mes que viene.
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