Secuelas de la crisis
"Consumidos los dineros se acabó la furia depredadora, ya no queda filón donde medrar"
Si la mano que mueve el mundo —decimos de los mercados financieros mundiales— no da tregua al devaluado crédito soberano de España, y por ende rescata a los depauperados erarios autonómicos, podemos dar por cierto que, aún mediando esa ayuda, tenemos depresión para muchísimos años más. O sea, que nos vamos a titular con nota en la cultura de la austeridad y también familiarizar con la pobreza galopante a la que los jodidos de la tierra estamos siendo abocados sin piedad. Cierto es que de tan aciaga circunstancia no debemos responsabilizar enteramente a los gobiernos populares que han regido la Generalitat, pero es evidente asimismo que han contribuido con denuedo y frivolidad a esta ruina que cada día se cobra una porción de derechos y conquistas sociales y políticas que creímos consolidadas y definitivas.
Empezando por la sanidad y la enseñanza públicas, primeras víctimas de este descalabro económico, pero también del nunca disimulado propósito privatizador del PP. En este capítulo se diría que han coincidido el hambre con las ganas de comer, la desgraciada ocasión propiciada por la coyuntura con el tiburoneo de quienes acechan el desguace del Estado. Los gobernantes populares valencianos, tanto en el ámbito docente como sanitario, se han revelado como eficientes ultraliberales promoviendo la enseñanza concertada —a menudo discriminadora— y las universidades de la Iglesia, así como fletando la gestión privada de hospitales, un modelo que ha hecho fortuna en otras comunidades. En todos estos casos, como es obvio, el perdedor no es otro que el universo de los condenados de la tierra, crecientemente nutrido por esa clase media agónica que cava su desgracia votando insensatamente a quien la hunde, la derecha.
Otra secuela de la crisis ha sido por estos pagos el descrédito de la fórmula autonomista de gobierno. En otras manos quizá hubiéramos percibido sus ventajas, pero con los populares en el pescante durante tantos años lo que ha primado es el pillaje y la degradación democrática. Que no se engañe el vicepresidente del Consell, José Ciscar, tan juicioso en otras ocasiones. No hay, como dice, intereses inconfesados en dañar la imagen y economía de esta Comunidad, afamada como la ladronera valenciana. Eso no es más que un regüeldo de victimismo anacrónico, pues nadie ha sido en ese sentido más letal para nuestro buen nombre y dineros públicos que las sucesivas administraciones del PP, verdaderos paradigmas de lo que nunca debe ser un gobierno, autonómico o descentralizado.
En contrapunto a lo dicho y al descalabro padecido anotemos algunos flecos positivos, y no es el menor de ellos el freno que se ha puesto a la cleptomanía que padecíamos. Consumidos los dineros se acabó la furia depredadora, ya no queda filón donde medrar. Los escándalos que ahora emergen y se juzgan vienen del pasado reciente. Por cierto que resulta penoso que no se les haya sentado antes la mano a los perillanes, pero ya es sabido que la lentitud de la justicia quizás no sea la peor de sus calamidades. Solo nos faltaban los jurados pintureros e indulgentes.
Otro efecto colateral y en todo caso plausible ha sido el súbito interés por el aprendizaje de idiomas. Pura necesidad de supervivencia. Lo lamentable es que quienes optan por la emigración ya no viajan con maleta de madera y boina, como en los años 50 y 60. Se va gente preparada, incluso muy preparada que aquí no encuentra tajo ni expectativa. Su pérdida nos empobrece.
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