El gato Don
Un ahorro de 1,3 millones no compensa la pérdida de un 19% de representación en el Parlamento
Cuando el movimiento 15-M puso en circulación aquello del "no nos representan, que no, que no nos representan", los más desconfiados de mi generación pensamos que había que estar muy atentos, pues eso era lo que decían de los políticos (antiguos políticos de la República) los medios de incomunicación del antiguo régimen franquista. Feijóo, en su intento, probablemente consumado en breve, de reducir escaños en el Parlamento gallego, me ha recordado de golpe aquella sordidez antipolítica que el franquismo supo transmitir a una parte importante de la población de la misma forma que la Iglesia transmitió cierta aversión/represión sexual en nombre de lo que se llamó nacional-catolicismo por el sociólogo Carlos Moya, denominación que fue, en mi criterio, un gran acierto conceptual y nominal.
La idea que Franco tenía de la política era tan pintoresca como la anécdota de aquello que dijo a mil personas, según fuentes diversas, aunque fue, dicen los cronistas más cercanos, a Joaquín Ruiz-Jiménez ante las quejas de éste siendo ministro (lo acosaba todo el aparato del viejo régimen): “Haga usted como yo, no se meta en política”. Y ahí se hace teoría política la cadena que va desde el golpe de Estado del 36 al franquismo institucional, al primer posfranquismo (la transición) y, ahora, a lo que comienza a aparecer como un segundo posfranquismo. Aunque el prefijo post parece que aparta a las cosas de su origen, para mí, aquí y ahora, no es así: si podemos hablar de posfranquismo es porque aún colea algo relevante del franquismo en conductas y mentalidades. Algo más antropológico que propiamente político o sociológico: reducir escaños, reducir la política, apalearla, ridiculizarla, desprestigiarla… Según quien la toque así será el resultado.
No es un acierto el eslogan del 15-M, suena extraño y siniestro, y recuerda muchas cosas que no deben repetirse. Tampoco son ciertas las otras acusaciones de corrupción y vagancia, aunque el oficio de político es mejorable, también aquí, en este reino raro.Un ahorro de 1,3 millones de euros no compensa la pérdida de un 19% de representación en el Parlamento, una cifra muy grande e innecesaria. Es evidente que hay gato encerrado, y el gato se llama D’Hont, un raro nombre para un gato, pero así es, “hay gente pa tó”. El gato Don (vamos a ahorrar letras) tiene dueño en Galicia, y ese es el partido que manda y su Gobierno, encabezado por el señor Feijóo. Si el señor Feijóo le manda al susodicho gato que pase por el aro de fuego electoral, pasará por el aro de fuego con toda su elástica vitalidad felina.
Probablemente Franco aborrecía la política, ya metiéndonos en profundidades cognitivas, porque la identificaba con el runrún que oía al fondo de aquella casa dominical mientras él se dedicaba a su pasión arborícola y frutal: los Bahamonde del apellido de Franco eran de la aldea de Lubre, en Ares, muy cerca de una casa (gentes que llevaban el apellido Freire de Andrade) en la que aún recordaban a aquel niño, Franco, de generación en generación, como el niño travieso que venía con su madre los domingos y que se subía a los árboles, cogía la fruta y tenía que ser continuamente reconvenido. Tenía fama de inquieto tirando a pesado o pelma, de esos que dan mucho trabajo. Sus persecutores familiares, incluido su republicano padre, debían de ser los políticos en su legendario infantil.
Estas son historias de la intrahistoria, que siempre es difícilmente verificable, aunque el testimonio es directo y familiar por la vía de la familia política, una fuente conectada directamente con la casa frutal y dominguera (casa, por cierto, del siglo XVII) en la que Franco identificó la política con su propia familia.
En todo caso, y en la medida en que trata de representar intereses colectivos, la política está en constante confrontación con intereses individuales, con frecuencia no muy santos. No toda la antipolítica es igual: de Durruti a Feijóo hay algunas diferencias y algunos años. De Rajoy a Azaña, también.
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