Te vacilarán en la isla de los secretos...
Peculiares personajes, muchos descendientes de antiguos esclavos italianos, pueblan este pequeño paraíso de tranquilidad del que es imposible no enamorarse
"¿Dónde va usted?”, inquiere un camarero. “Al baño”, contesta la comensal. El camarero quiere vacilar a la cliente y advierte de una verdad: “Ah, es que para eso necesita llave, no puede andar por cualquier sitio aquí, ¿eh? Que aquí todo es muy secreto”. Y tanto que lo es...
En la isla de Tabarca hay mucho secreto. Abundan esos que sabe todo el mundo menos el interesado. Dicen que aquí los periodistas lo tienen crudo. Y algo de verdad hay: el incauto que busca acceder a la idiosincrasia isleña lo comprueba con historias que se quedan a mitad por la desgana de algún viejo marino o en comentarios que uno no sabe si son guasa o qué. Incluso puede perderse en la jerga de alguna pareja de vacilones profesionales (por ejemplo: ir a Galerías Preciados es reciclar de la basura). Así que optar por la frivolidad parece un modo más para intentar hacerse con ellos delante de una cerveza: “Escuché que Sara Montiel veraneaba en la isla. El rumor decía que era un poco agarraílla”. Error.
Pistas
Para saber. El único archipiélago valenciano habitado mide 1.800 metros de largo y 400 de ancho. Su nombre original es la Isla Plana y solía ser un escondrijo de piratas berberiscos hasta que Carlos III la pobló en el siglo XVIII con pescadores genoveses. Estaban presos en la isla tunecina de Tabarka, de ahí el nombre de la alicantina: Nueva Tabarca. Tiene un antiguo penal, un cementerio poblado de nombres italianos, un faro, una iglesia de doble campanario y un pueblo pesquero amurallado.
Para llegar. La ruta más corta es desde Santa Pola (608330422/609893920). Las tabarqueras pueden cogerse también en Alicante (686994538) y Guardamar del Segura (689103623).
Para comer. Cocina marinera: calamar de potera, arroz negro y, la estrella, el caldero. El caldero es caro, pero dicen que no se hace mejor en ningún sitio. Hay algo de matriarcado en Tabarca como en muchas sociedades pescadoras: todos los restaurantes de la playa tienen nombre de mujer.
Para mezclarse. En la Cofradía de Pescadores de Tabarca una exposición retrata las costumbres y momentos del pasado de la isla. Allí conocerán a Antonio Ruso y Regine Dagoret, que les contarán historias de personajes entrañables. El día 18 se celebra la Noche Mágica en la Isla, cuando todos sacan el artista que llevan dentro en distintas actuaciones y el día 25 el pueblo representa La Verge dels Esclaus a imitación de la isla italiana de Carloforte, de semejante origen al tabarquino.
Para dormir. Hay pocas posibilidades. Dos hostales: el Chiqui (965970143) y Masín (hostalmasin.com). Puede alquilar La Trancada, una casa de pescadores (630503500) o dormir con vistas al mar en el único hotel del pueblo, La Casa del Gobernador (966292800).
Antes de seguir, conviene distinguir dos tipos de persona en la isla: visitantes e isleños. Los visitantes son los turistas, los periodistas e incluso dictadores como Franco, que recorrió la isla aupado al burro de Pepe el panadero, isleño de pura cepa.
Dentro de los isleños hay dos subcategorías: los oriundos y los enamorados de la isla. Pascual Ramírez es ejemplo de lo primero. Marino desde los nueve años, conoció el esplendor de la isla y también su hambre, en la guerra, “cuando se acabó con la hierba de la isla” y el café se hacía con huesos de dátil. Y luego están los enamorados: como Regine, una francesa a la que la hierba que se comió Pascual le recuerda entre el otoño y la primavera a la verde Irlanda. Otros como Antonio Sainz, el padre del piloto, que pagó la primera tele de la isla, incluso las lunas de miel de algún isleño; o los guardias civiles que al empezar su turno de dos semanas se quitaban el tricornio y afinaban la guitarra en bañador. Y enamorados como Sara Montiel, claro. Aquí se saludan 20 veces al día, se han bautizado unos a otros. Conversan, ríen, riñen, se envidian, pero “con el temporal la isla es una piña”, dirá Pascual. Y el temporal lo ha desatado un incauto.
“Aquí vinieron unos de Telecinco a buscarla”, advierte Pascual: “Antes de coger la tabarquera ya sabíamos todos que venían, nos avisaron por radio. Fueron locos por todos lados preguntando”. Y se marcharon de vacío, mareados en esta orgía de sol y mar que describió el poeta Alarcón, sin saber que todos ocultaron a Sara.
“¿Entonces? ¿Era agarraílla?”, insiste el incauto ante el grupo. Y le tiran de la lengua y cuando está enfangado del todo una isleña algo excéntrica invita a toda la mesa. Lleva media cara cubierta por unas gafas de sol, un pañuelo y unas llamativas uñas verdes. Y el incauto cae en quién es la silenciosa pagadora. Y quiere que un tsunami engulla de inmediato la isla, que Anthony Mann y Severo Ochoa dejen de carcajearse en el más allá. Hubiera aceptado gustosamente un puñetazo de Hemingway o cualquiera de los amantes de la diva. Pascual Ramírez sonríe por primera vez en una hora (he aquí la idiosincrasia tabarquina, llámenla como quieran). Y Sara Montiel se va a bañarse.
Cae la tarde y, sin visitantes, florecen las conversaciones por la muralla, como si se acabaran los secretos. Todo está arreglado y en la tabarquera de vuelta, sonríe el incauto pensando que todos conocerán el suyo antes de arribar a la Península. Rememora el caldero de Pascual y las historias de Sara, brillante recitando al “triste” Miguel Hernández y generosa también en el perdón. Nunca trabajará ya en Telecinco, pero llegó visitante y se vuelve enamorado de esta joya flotante.
Y por cierto: la Montiel sigue fumando puros cuando nadie la ve. Pero no lo cuenten...
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