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55 mecenas para reflotar la memoria

Un documental de Antón Caeiro rememora el naufragio del buque ‘Cabo Razo’ a través de cinco historias vinculadas con el mar

Reflotamiento del buque un año después del hundimiento.
Reflotamiento del buque un año después del hundimiento.O FAIADO DA MEMORIA

En un desván donde los recuerdos se cuentan por decenas de miles, una película de 16 milímetros con imágenes del NO-DO fue suficiente para que Antón Caeiro (Gondomar, 1960) insistiese en su empeño de fisgar en la historia. Una crónica en blanco y negro sobre el reflote de un buque de la compañía Ybarra a las orillas de Vilagarcía, le hizo remover cajones para componer el viaje más corto del Cabo Razo. Hace un par de años, el proyecto Desde dentro do corazón zarpó de las hemerotecas en busca de los protagonistas de la noche del verano de 1958 en que aquel barco de mercancía y pasajeros llenó el mar de náufragos asidos a listones de madera.

Los testimonios afloraron a cuentagotas hasta que la crisis se llevó la financiación institucional y el proyecto amenazó con irse a pique. Curtido en el arte de “mendigar”, Caeiro se echó a la Red y atrapó 55 mecenas. Bajo su auspicio, intenta encorsetar en casi dos horas cinco relatos enhebrados en un documental que un día quiso resolver en 50 minutos y que en apenas un mes promete ver la luz. A cambio, ellos aparecerán en los títulos de crédito, entre otras recompensas.

El documental consiguió más de 4.000 euros en una colecta en la Red

Un mediodía cualquiera, a la mesa de dos hermanos marineros se sienta la noticia del accidente del Costa Concordia. Con la ligereza de un resorte, las imágenes los devuelven a mediados de un siglo XX que cuenta la tragedia vivida a orillas del mar que “lo trae todo a Vilagarcía” y que se lleva a cambio lo que él dispone. De ese primer recuerdo parten memorias de mar que se desentienden de localismos y dejan claro que Vilagarcía es solo “el telón de fondo” de una historia universal, porque, más que datos, desentierra “impresiones”. El poso de los acontecimientos, que hablan en las voces y se revelan en las miradas de sus protagonistas, despoja de sentido a la voz en off. Que los muertos fuesen 13 y 39 los supervivientes apenas importa en el relato. Tampoco que el Cabo Razo fuese un viejo león de mar a cuyos lomos se exilió Alfonso XIII en 1931 y se trasladaron tropas durante la Guerra Civil. Lo relevante es que los ecos de un aciago 4 de agosto resuenan en los supervivientes cuando el mar bate contra las rocas. Unos abandonaron el mar porque el ruido de otros barcos les atormentaba los sueños. Otros se tragaron el miedo para embarcarse de nuevo tras su tercer naufragio. Y algunos, aún hoy, rehúsan mentar el suceso porque no han conseguido curarse las llagas.

El rastro del Cabo Razo va más allá de las rocas de A Barxa (Cabo de Cruz), en las que el buque colisionó minutos después de abandonar Vilagarcía. Los retales de la historia se pierden por la costa gallega y pasan por Santander para recalar en Bilbao. Incluso en Francia, una pasajera del Cabo Razo lleva al descubierto la impronta de aquella noche. Apenas volvió a mantener contacto con los vecinos que la salvaron de la lista negra, pero en 2002, cuando la tragedia se llamó Prestige, envió ayuda económica a la costa en la que nació por segunda vez.

La Xunta le concedió 33.000 euros, pero le retiró la subvención

Una niebla que nadie atestigua haber visto figura en los documentos de la investigación como causante de aquel suceso para el que no se encontraron explicaciones convincentes. El timonel, natural del pueblo que se interpuso entre el barco y el mar, lo llevó en línea recta hacia el acantilado. Dicen algunos que ya estaba muerto cuando el buque se fue contra las rocas. Dicen, pero nadie sabe.

Con esta y otras cuatro raciones de memoria ultima Caeiro la primera entrega de Desde dentro do corazón. Tras ella, la salitre dejará paso a historias de tierra, pero ese ya es otro cuento. Por ahora, el documentalista se afana en dar forma a su compromiso con la multitud que lo financió bajo el techo de un anglicismo. También el crowdfunding, en su caso, tuvo sus particularidades. “Nuestro público se mueve en un rango de edad desde los 40 años hasta infinito”, explica Caeiro, y la confianza en el pago por Internet merma según aumenta la cifra. Por eso, algunos prefirieron entregarle su confianza por la calle y en billetes de papel. De uno y otro modo, reunió más de 4.000 euros que le sirven para pagar posproducción, música, edición y sonido. Todo lo que no podía hacer sin dinero.

Al frente de un botín de más de 70.000 documentos gráficos que componen O Faiado da Memoria, una asociación que recopila en soporte fotográfico y audiovisual un tropel de momentos de los años veinte a los setenta, Caeiro se resiste a dejar de coleccionar recuerdos a pesar de las circunstancias. Consciente de que no son buenos tiempos para la memoria, sigue el protocolo del “francotirador”. Crea sus productos para la venta directa, dispuesto a comerse “un amplio marrón” en caso de que no lo consiga. Las subvenciones, cuando las hay, suelen escurrírsele entre los dedos antes de cumplir su cometido. En ocasiones, porque expiran los plazos, que no entienden de inspiración. Otras, la “letra pequeña” se burla de sus argumentos. Esta vez, de los 33.000 euros que le concedió la Xunta, ha recibido solo 11.000 y teme que tendrá que devolverlos. “Nos piden cosas que no han pedido jamás”, lamenta. De todos modos, el dinero no le quita el sueño. La memoria no cabe en un bolsillo.

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