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RUTAS | TÀRBENA

En la guarida del bandolero Pinet

Descendientes del bandido conservan el incorfomismo del tío-abuelo en un restaurante-museo

Jeroni Pinet posa en su restaurante de Tàrbena.
Jeroni Pinet posa en su restaurante de Tàrbena.JESÚS CÍSCAR

Hubo un tiempo que el apodo de Josep Martorell i Llorca resonaba por los caminos del Coll de Rates, desde Aitana al Puig Campana, desde Bernia a la Serrella: ¡Pinet, Pineeet, Pineeeet! Su eco rebotaba por las montañas de Alicante mientras crecía la leyenda heroica de este bandolero producto de una época de caciques, un imperio patético, jueces parciales o señoritos con ganas de meter mano a la mujer del pobre por el derecho que le confería su bolsillo... En situaciones así, a los carácteres indomables solo les quedaba una cosa: jugarse la honra. Y de salir con vida, solo quedaba un camino: echarse al monte. Una frase que resume la voluntad del que no quiere someterse.

Pistas

Para comer. Ca Pinet. Carrer de San Miquel, 1. Arroces de montaña, embutidos de la tierra, postres caseros... Y mucho cachondeo. 965884229

Para saber. Tàrbena aparece en el paisaje como una fila de casitas blancas sobre un faldón de bancales. Es fácil de recorrer, prácticamente peatonal. Con una plaza mayor que invita a la tertulia, rincones con fuentes (los presumen de que aun sin cloro nadie se ha muerto por beberla) y un cementerio con vistas a Benidorm y la sierra de Bernia. Allí se comprueba el origen mallorquín de sus gentes: Soliveres, Sifre, Ripoll, Mascaró. Apellidos que se repiten por todas las paredes del camposanto. Conservan el dialecto balear, con su hablar "salado" (cambian los artículos. En vez de el cotxe, dicen es cotxe; la casa, sa casa.),

Para comprar. Sobrasadas, aceites de oliva, fuets, chorizos y otros embutidos de la tierra pueden ir a casa Petito, junto a la piscina del pueblo.

Para dormir. El hotel de Tàrbena, una antigua casa de labradores restaurada situada en el centro del pueblo. Cada habitación está decorada de un modo. 965884006

Para leer. "Roder", de Joan Elies Andrés i Serrer, XXXI Premio de Narrativa Corta de Benissa. Narra la historia de Pinet y el Bou, los legendarios bandoleros que llegaron a tener una milicia armada para luchar con los terratenientes de la zona.

Las sendas que el bandolero Pinet transitó a finales del XIX son hoy modernas carreteras, con esa obsesión por las rotondas tan de ahora, pero todo cambia a partir de un punto que incluso muchos alicantinos desconocen. Entre Callosa y las Fuentes del Algar (Bolulla) hay un salto en el espacio-tiempo. Nada de ciencia ficción. Es lo sinuoso y a veces peligroso del terreno; el asfalto, que nos recuerda a otra época. Y es, sobre todo, la lengua que hablan; la gente habla mallorquín. Es a partir de este punto donde un nombre se repite en la roca: Pinet. Usted ha llegado a territorio bandolero. Y si sigue las indicaciones, llegará a Tàrbena, a Casa Pinet. Para quien se sienta cómodo en los tiempos que corren, ojo con el manco que le recibirá: habla de todo con libertad.

“Expulsados los moriscos, hace 400 años, a Tàrbena vino mucha gente de Baleares. Los señoritos no tenían quien trabajara la tierra y necesitaban dineritos. Yo creo que vinieron obligados. A los dóciles los colocan en la costa; a los rebeldes, en la montaña”. El sobrino-nieto del Pinet original, Jeroni, es una hierba rara, que cura algunas soledades del alma al viajero con conversaciones sin otra regla que la transparencia. Pinet recibe al desconocido como a un hermano, entre embutidos y alcoholes. Y cuando le saca la paella, le enchufa la Internacional. “Aquí es como el Padre Nuestro”, dirá en un restaurante museo en el que cuelgan fotos de brigadistas, parafernalia de izquierdas, visitas ilustres como Santiago Carrillo o Willy Brandt, ¡hasta una felicitación de un jefe falangista! Es “un lugar para libre pensadores”, un espacio en el que no cabe ni una estampita de la virgen en el techo: “Hace 73 años que rezo a la virgen de Agres, que le puso la mano a un pastor manco. A mí todavía no me ha tratado igual”, añade un Pinet socarrón al que un explosivo le voló la mano a los tres años.

Una vista del pueblo de Tàrbena.
Una vista del pueblo de Tàrbena.JESÚS CÍSCAR

Ni el cielo, ni la autoridad le trataron bien. “El nombre de Pinet siempre ha estado perseguido”. El primer Pinet murió en un penal en Ceuta convencido: antes bandolero que esclavo. El segundo, el padre de Jeroni, estuvo preso 14 años por transportar a condenados de muerte a Argelia. “Le ataron a una bici en Santa Pola y pedalearon con él detrás hasta La Vila (60 Km de los de antes). Luego Franco nos quitó la barca y, con el tiempo, a mí me metió en la cárcel ocho meses y pico”, recuerda Pinet. “Cuando pasaba una delegación de importantes por Benidorm venían a casa y nos encerraban. Si venían de Madrid, cuatro días antes de llegar. Y cuatro después de haber pasado, seguíamos presos. La nuestra es una historia contracorriente. No tuvimos ni cartilla de racionamiento al acabar la guerra”. Solo pudo salir así: rojo. ¿Cuánto? El restaurante da la medida.

Cansado de Benidorm, donde se crió, se echó al monte. Vino a ver a su tía a Tàrbena: “Otro mundo, dejado de la mano de Dios”. Montó un bar con su mujer y siguió disfrutando del virus de la disconformidad: “Siempre ha existido y existirá. Ser como todos es lo fácil. Uno debe buscar su lugar, con la gente que quiere, casi una utopía para muchos. Pero yo lo he conseguido: 75 años y siempre he hecho lo que he querido”.

Al abandonar Tàrbena, el viajero puede sentir náuseas al saltar en el espacio-tiempo por las curvas, las rotondas, por volver al mundo real en el que le toca vivir y se preguntará cuántos posibles bandoleros le rodean. Tranquilos: quizás hayan cogido el virus de Pinet, esa disconformidad.

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