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JESÚS BARAJUAN | Responsable del mantenimiento de los faroles de la tradicional procesión

“Con los nietos las fiestas se viven de una forma diferente”

Jesús Barajuan.
Jesús Barajuan. L. a. g.

Cada 4 de agosto por la noche, el centro de Vitoria se inunda con un río de luz que tan solo ve la calle una vez al año. Son unas pocas horas, las que dura la Procesión de los Faroles, para las que trabaja a destajo el resto del año Jesús Barajuan (Vitoria, 1932), un mecánico jubilado que el 31 de diciembre cumplirá 80 años y lleva 17 encargándose del mantenimiento de los faroles y de los pasos de la Cofradía de la Virgen Blanca. “Indispensable”; “la procesión no saldría sin él” son algunos de los comentarios que rápidamente se escuchan cuando se pregunta por él, uno de los protagonistas poco conocidos de las fiestas de La Blanca y que colabora a hacer posible uno de sus momentos más íntimos.

Todo ello es fruto de la casualidad. Barajuan llegó a los locales de la cofradía con un compañero a ayudarle a poner pilas a los faroles y ya se quedó. No cobra, pero sí puso una condición: “Si este trabajo me deja seguir aquí en el taller, me quedo, pero si me lleva a la Diputación y al Ayuntamiento, no”.

Mecánico de Mercedes de los 21 años hasta su jubilación, Barajuan explica cómo todos los días controla la humedad de la casa museo en la que aguardan los faroles hasta que salen a la calle y son visitados por los turistas.

“Los faroles pasan a menudo de padres a hijos. Tenemos lista de espera”

Limpiar los faroles, pintarlos, pulirlos, cambiar sus 606 pilas —antes tenían velas que se prendían con una mecha especial militar— o poner guardabarros a los pasos para que la lluvia no los dañe son algunos de sus quehaceres. Todo ello para custodiar como se merecen los 252 faroles que tiene la cofradía, una tradición que se remonta a finales del siglo XIX.

“Algunos pesan cuatro kilos pero otros llegan hasta diez”, explica Barajuan al relatar el estudiado procedimiento que sigue cada víspera del día de la Virgen Blanca para sacar los faroles en procesión. Ese día es “el último en ir a cenar, pasadas las doce de la noche”. Pese al esfuerzo que supone cargar con ellos, “los faroles pasan a menudo de generación en generación, de padres a hijos. Tenemos lista de espera”, asegura.

Entre tanto trajín, aún saca tiempo para cultivar la huerta que tiene en casa de una de sus hijas y también para disfrutar de las fiestas. “Antes de casarme salía de blusa e iba a los toros, no como los de ahora, que hacen el paseíllo para que les vean, pero no entran en la plaza”. Hoy vive las fiestas “de otra manera, diferente, a través de los ojos de mis nietas”, con las que va al circo y, después, a cenar con toda la familia.

Ahora, con los achaques típicos de la edad, aunque con una memoria envidiable, que demuestra desgranando cuántas pesetas costó la reparación de los faroles y en qué año, Barajuan espera tener la oportunidad de que alguien más joven recoja su testigo. “Quiero que venga y que estemos un año juntos, para explicarle todo bien”. Entre otras cuestiones, el minucioso registro de los trabajos que se hacen en cada farol, cuya evolución Barajuan recoge en fotografías que después archiva en álbumes.

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