¿Tiene gobierno Galicia?
El país se nos cae y se nos muere. Requiere soluciones urgentes y ampliamente compartidas
La agenda política de Galicia está cada vez más diluida en la desventura de España y la insolidaridad de la Unión Europa, cuyo principal instrumento de poder no es su parlamento ni su gobierno —léase Comisión Europea—, sino su banco central, una institución hecha a medida de los intereses de Alemania, que controla la inflación y se desentiende del crecimiento y del empleo. El resultado de su política de los últimos años, siempre de la mano del Fondo Monetario Internacional, que es su aliado para ciertas intervenciones en países díscolos, es de todos conocido: más carga fiscal sobre las rentas del trabajo, más desempleo y amplia tolerancia con las rentas del capital.
La presión sobre países débiles como España se salda a día de hoy con que el pago de intereses es su principal partida de gasto público, seguida del seguro de desempleo, dos claras muestras de hasta qué punto el país se encuentra a la deriva. La pequeña válvula de escape pasa por aumentar las exportaciones, a base de abaratar costes salariales fruto de una devaluación interna galopante, y por los ingresos del turismo. En el fondo, aunque suene fuerte leerlo, un modelo que se parece cada día más al de los países caribeños y menos al de los industrializados, y cuyo desenlace no será otro que más pobreza y peor posición relativa en el mundo.
Por muchas vueltas que se le dé, para Galicia no hay otra alternativa que volver a la industrialización generadora de empresas capaces de exportar y de crear valor añadido: hacen falta muchas Inditex, de ahí que no se entienda, por ejemplo, la ausencia de incentivos a los emprendedores que consigan vender fuera, porque esa será la mejor forma de ir creando empleo estable aquí. ¿Se dedica a esto el Gobierno de Galicia? Debería, ya que tiene en sus manos las principales políticas microeconómicas. Este es un momento idóneo para que Feijóo tenga el gobierno orientado en dos direcciones: una dedicada a las políticas de ajuste impuestas por Bruselas y Madrid, y otra centrada en las políticas de crecimiento, lo que pasa por tener a una persona que sepa realmente de estas cosas y pueda formar un buen equipo capaz de integrar a empresarios y emprendedores en la salida de la crisis, lejos del lamento permanente y de la ineficacia trufada con osadía. Puede tener sentido que algunos políticos no hablen de otra cosa que no sea el déficit y la deuda, pero no que lo hagan todos los conselleiros, porque lo que está pasando es que aquellos gobernantes encargados de impulsar políticas sectoriales se refugian en el déficit para no hacer nada.
Feijóo ha logrado el milagro de llegar al final de la legislatura con una buena imagen personal, lo cual tiene su mérito, pero en su fuero interno es consciente de que Galicia está mal gobernada, si entendemos por gobierno algo más que contar las habas, hacer propaganda en la prensa amiga y pagar las nóminas de médicos y profesores. Queda tan poco para que haya elecciones que parece difícil reaccionar, si bien el momento es tan grave que valdría la pena intentarlo y, sobre todo, pensar ya en cómo afrontar la siguiente legislatura, un objetivo que también deberían asumir como reto los dos partidos de la oposición, ya que Galicia se nos cae y se nos muere. Con independencia incluso de lo que pase con las elecciones y la manipulación del número de escaños para alterar el resultado, el momento económico de Galicia requiere soluciones urgentes y ampliamente compartidas, tanto en el plano institucional (reconversión de las diputaciones, concentración de servicios municipales, etcétera) como económico (saneamiento bancario, crecimiento y empleo, gestión de deuda y déficit). No habrá mejor remedio para que Galicia deje de sufrir las consecuencias del desastre económico español y pueda mantener sus servicios públicos fuera del alcance de quienes ambicionan convertirlos en su negocio privado, que es algo que subyace en esta crisis.
Con el lamento y la excusa de que todo se arregla en Madrid y Bruselas solo se conseguirán dos cosas: asumir que la autonomía no es útil —cuando en este país ya se ha demostrado que puede serlo, y mucho— y que sigamos empobreciéndonos todos, incluso los que por ahora viajan en coche oficial, llevan en su cartera una visa con la que invitan a comer a mediodía y reciben un buen sueldo a fin de mes. @J_L_Gomez
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