Esplendor en la sierra
La inmensa riqueza artística que llegó a atesorar la Cartuja puede contemplarse en el exterior
Al llegar a la Cartuja de Portaceli uno puede toparse con apenas algunos ciclistas o senderistas que emprenden la subida hacia el mirador de Rebalsadors, desde donde se divisa el cenobio y también la masía de La Pobleta, que perteneció al priorato e inspiró a Manuel Azaña su homónimo cuaderno de guerra. O tal vez se tropiece con un coche extraviado que busca el cercano hospital para crónicos del Dr. Moliner, construido también en terrenos monacales. “No se visita el monasterio. Respetad la soledad de los cartujos”, pide un letrero a la entrada. Sin molestar, vale la pena cruzar el puente que, tras pasar la cruz de término, conduce flanqueado por cipreses hasta la puerta de la clausura y ver a ambos lados los huertos que los monjes cultivan y la inmensa balsa de agua al fondo en sintonía con el acueducto del siglo XIV que acabamos de ver a la entrada. Un canal que dio pie a leyendas usadas en obras de éxito en el siglo XIX como El Encubierto de Valencia.
PISTAS
Para ver. Museo de Bellas Artes de Valencia. Calle de San Pío V, 9. La exposición permanente recoge algunas de las principales pinturas de Portaceli.
Para llegar. De Valencia a Bétera, de allí a Náquera y Serra, para coger un desvío a la izquierda que lleva a Portaceli.
Para otear. Al Mirador del Garbí se llega desde Serra por la carretera a Torres-Torres, cogiendo el desvío a Barraix, Segart y El Garbí. Se llega también desde Estivella. Hay aparcamiento antes de la subida a pie al mirador, que puede costar unos 20 minutos. Hay un merendero arriba en el que se puede hacer picnic. Son 600 metros.
Más alto aún. Desde el mirador de Rebalsadors, a 790 metros sobre el nivel del mar se tiene la mejor vista de la cartuja en toda su orgullosa austeridad. Hay una pista forestal que parte de la puerta de la cartuja, 10 km. Hasta llegar al mirador, pasando por fuentes como la de El Marge.
Para saber. La Pobleta fue una de las tres masías pertenecientes al priorato de Portaceli, junto con la Mayoralia, que se convirtió en el actual hospital Dr. Moliner, y La Torre. La Pobleta está a dos kilómetros de la cartuja. Allí se instaló en 1937 el presidente de la República, Manuel Azaña, cerca de Náquera y Bétera, donde residieron otros cargos del Gobierno, como Negrín, y del Ejército.
Para informarse. Centro de Información del Parc de la Serra Calderona, 96 168 1993.
No todo es silencio, suena el vibrato de las chicharras como en una catedral, acompañado de lejos por el sonido de algún pájaro o una sierra mecánica que desmocha un naranjo. Poco queda de la construcción de 1272, pero transpira historia por los cuatro costados. Allí se tradujo siendo prior Bonifacio Ferrer, hermano de Sant Vicent, la primera Biblia a lengua romance de Europa, en valenciano, quemada por la Inquisición. Y reunió a lo largo de los siglos un tesoro artístico inmenso, del que “apenas quedan las pinturas originales de la pared de la iglesia”, testifica el historiador Francisco Fuster, un visitante familiar para los monjes. Aunque “la cartuja había sufrido antes varias expoliaciones”, todo lo que fue exclaustrado y desamortizado a raíz del decreto de Mendizábal de 1835 ha sido cuidadosamente rastreado por este estudioso incansable. El resultado es un detallado examen de buena parte de esos tesoros artísticos, con su localización actual y ubicación original, titulado El legado artístico de la Cartuja de Portaceli, recién publicado en la colección Analecta Cartusiana de la Universidad de Salzburgo.
La dispersión de las obras de arte impide que la cartuja sea hoy “como un libro abierto, sin fácil parangón, del esplendor artístico alcanzado en tierras valencianas”, subraya el conservador del Museo de Bellas Artes de Valencia José Gómez Frechina, con ejemplos destacados de artistas como Francisco Ribalta, Pere Nicolau, Gherardo Starmina, Vicent Macip, Pere Cabanes, Francesc de Osona, Joan de Joanes o los hermanos Vergara. Las más importantes de las obras pueden verse en el Museo de Bellas Artes de Valencia. A destacar el retablo de La Crucifixión, de Starnina; el retablo de la Capella de Sant Martí, y las pinturas de Ribalta, del siglo XVII, que corresponden al retablo mayor. La Virgen original de este retablo, de Vergara, puede verse en el retablo mayor de la catedral de Valencia. Hay obras también en el Museo de la Ciudad.
Otros materiales han acabado más lejos. Como La tabla de San Miguel luchando contra el dragón, del Museo Metropolitano de Nueva York, o un retablo con varias escenas de San Miguel que está en Lyon. O la Biblia de Benedicte XIII, que está en la Morgan Library de Nueva York. Y el misal de Joan Palacia, que está en la Hispanic Society, al igual que los Anales de la Cartuja, de los cuales, recuerda Fuster, “conseguí que hicieran una copia para los cartujos”. Otros libros que califica de “esenciales”, como De rebus, están más cerca, en la Universitat de València.
La de Portaceli es “una de las mejores colecciones de los monasterios desamortizados”. Además, es una de las pocas cartujas españolas con cartujos, junto a Miraflores y Montealegre. “Esta es la más austera de todas”, asegura Fuster, que conoce bien su interior y en especial sus claustros de estilos dispares, gótico, renacentista o escurialense. Del siglo XV se conserva la bodega y del XIII, sólo algunos arcos y la planta. Ninguna tiene en sus proximidades un mirador como el del Garbí, desde el que en condiciones óptimas, se puede recorrer todo el golfo de Valencia y se puede ver desde el cabo de Sant Antoni hasta la Albufera y las Columbretes.
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