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Una terapia irrefutable

Hugh Laurie llena el Price y demuestra, con un repertorio de Nueva Orleans y un desparpajo abrumador, que es mucho más que el Doctor House

Hugh Laurie en concierto.
Hugh Laurie en concierto.ALBERT OLIVÉ (EFE)

¿Actor que canta, vocalista que escribe o novelista que actúa? Sí, ya sabemos que Hugh Laurie debe su condición de millonario al doctor House, un gruñón con el que quizás hiciera buenas migas. Pero si su carrera musical es un capricho de nuevo rico, benditos los ricos que se encaprichan con discos honrosísimos en vez de engordar su cartera bursátil. Laurie demostró anoche un desparpajo abrumador para un teórico principiante y generosos conocimientos en el noble arte del blues: Ray Charles, Leadbelly, Mahalia Jackson, Turner Layton, Professor Longhair o Jimmy Rogers pasaron por sus manos sin que mancillara la memoria de ninguno.

De acuerdo, Laurie es House y, de no ser por ese pequeño detalle, difícilmente Warner habría financiado el disco de un debutante cincuentón ni el Price registrado, con un repertorio proveniente de Nueva Orleans, uno de sus escasos llenazos estivales. Pero no neguemos a este antropólogo de Oxford una brillantez que trasciende el sarcasmo de sus diálogos televisivos. Hugh es un seductor nato que abduce al auditorio con destellos de humor británico y esa voz que se diría macerada durante décadas en whisky de malta. Y que canta con la ácida elegancia de Dr. John o, aún mejor, del inmenso Georgie Fame, al que terminaría homenajeando con una lectura de Yeah yeah.

Personificación del madurito interesante –encorbatado, canoso, elegantón-, Laurie se sienta frente al piano algo encorvado, pero con la naturalidad de quien, en el salón de casa, ameniza a los amigos tras haberles servido una abundante ronda de escocés. Cuenta que solo estudió el instrumento durante dos infaustos meses, a los seis años, pero su gusto es admirable. En esos dedos hay swing y sentimiento, igual que en la preciosa orfebrería que sus acompañantes enarbolan con acordeones, mandolinas, armónicas, clarinetes, dobros y demás suculencias tímbricas.

House juega con ventaja, sin duda. Es animal escénico y cautiva al público con sus travesuras (bailando como un saltimbanqui en Junko’s partner, repartiendo chupitos de whisky entre los músicos) o con sus discursos didácticos (¿sabían que el autor de Unchain my heart vendió la partitura por 50 dólares para comprar heroína?). Pero el valor terapéutico de sus sesiones es irrefutable. Solo falta descubrir si Hugh esconde en el cajón composiciones propias. No descartemos nada, por si acaso.

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