Los andamios del Jazzaldia
Cerca de 15 personas trabajan en la plaza de la Trinidad, el escenario fetiche del festival donostiarra, para que cada concierto salga perfecto
Alfonso López, jefe de escena de la plaza de la Trinidad, descansa tras el almuerzo. Una carpa encajada en uno de los laterales del escenario fetiche del Festival de Jazz de San Sebastián protege a los operarios y un puñado de sándwiches y bebidas del sol. Las cerca de 15 personas que trabajan durante los cinco días de festival en la Trini forman parte de las decenas de operarios que hacen posible el desarrollo de la cita. “Pasamos unas 14 horas, menos dormir, el resto de tiempo estamos de aquí. Uno viene aquí, si hay suerte sale a comer, a cenar obviamente no, y estar horas y horas”, resume López la dinámica del Jazzaldia para los que se sitúan detrás de cada escenario.
“Tengo la responsabilidad de todo el espacio de la Trinidad. No sólo del escenario, que lógicamente es lo principal, también de lo que le rodea, la zona de camerinos, de merchandaising, de bares...”, enumera López, pero “básicamente, mi cometido, que toda la planificación previa se cumpla los días de festival y que los conciertos se desarrollen como se tienen que desarrollar”.
Los trabajadores del evento musical pasan 14 horas al día en el escenario
Es sábado, 17.30 de la tarde, y mientras lo operarios esperan a que llegue uno de los grupos que tocará por la noche para el ensayo, ojean la prensa deportiva, o charlan sentados en sillas blancas de plástico. “Disfrutamos del festival, a nuestra manera, no de los conciertos, pero sí de otras cosas, del ambiente, por ejemplo”, aclara López.
El jefe de escena lleva 22 años ligado a uno de los festivales de jazz más importantes de España y este es su primero como responsable de la Trini. Durante el año trabaja en la sección de cine de Donostia Kultura. López y su equipo quedan por la mañana y en función de los horarios de pruebas con los grupos se preparan los camerinos, el catering y el escenario. “Todo precedido, lógicamente, de los servicios de limpieza que aderezan la plaza después de los conciertos de la noche anterior”, explica el responsable de la Trini.
“¿Pesadilla? Que se caiga un músico”
—¿Qué anécdota guardas con mayor cariño de estos años de trabajo?
— “Uff”, contesta Alfonso López jefe de escena de la plaza de la Trinidad y 22 años ligado al Jazzaldia.
—Puedes decir más de una.
—No, si es un problema de memoria, que no tengo.
“Los músicos son muy especiales, sobre todo comiendo. Los norteamericanos son más raritos. Tienen gustos... bueno, tal vez no raros, justo lo contrario, porque básicamente sólo necesitan carne roja y patatas fritas”, concede López tras unos segundos rebuscando entre recuerdos. “Nada de bacalao o cualquier otra cosa que se salga un poco de sus estándares. Una hamburguesa y punto”.
El jefe de escena subraya que la relación con los músicos es “buenísima”, salvo contadas excepciones, cuando se trabaja con ellos ese aura de estrella y de personas inalcanzables desaparece. “Son gente normal que se dedica a tocar música y su objetivo es que las cosas con las que se rodean, ya que no está en su casa, sean lo más sencillas posible y se parezcan a lo que tienen”.
—Y, ¿la peor pesadilla con la que puede soñar un director de escena?
— Que algún músico se caiga del escenario. Aquí, en la Trini, la altura es de dos metros y si alguien se tropieza... Nunca me ha ocurrido y ese es mi mayor miedo, que se estropee algo y el concierto no se pueda escuchar, pues bueno, también es una faena, pero ya está, de ahí no pasa, pero que se caiga un músico y se haga daño...
Los trabajos en el escenario en el que en los años 60 se fraguó el Festival de Jazz más antiguo del país continúan, después de los ensayos, para preparar el espacio para la llegada del público, y concluyen una vez que finalizan los conciertos a las 00.00 o 01.00, en función del concierto correspondiente.
El equipo de López lo conforman auxiliares de producción, personas encargadas de la electricidad, técnicos de sonido y de back line, las empresas que ceden aquellos instrumentos con los que los músicos no suelen viajar (pianos, órganos, amplificadores) y también incluyen sillas, atriles, “es decir todo lo que puede necesitar un músico y no viaja con ello”.
“El trabajo más importante siempre se realiza antes de que los músicos lleguen”, sentencia López. Cada formación envía con anterioridad un rider, un documento en el que detallan “sus peticiones para un concierto, que puede ser una sola hoja con un plano de como van ubicados en el escenario, hasta cientos de páginas”. La media es una docena de páginas en las que se recogen “temas de catering, los instrumentos que van a necesitar y que microfonía les gustaría tener”. Antes de que llegue la banda el objetivo de López y su equipo es que todo lo formulado se encuentre perfectamente dispuesto. Luego pueden llegar los cambios una vez que los músicos ven el escenario, las pruebas, — “músico a músico o todos a la vez, depende de cada grupo”—. Siempre el último grupo que ensaya es el primero en actuar, para que los operarios no se vean obligados a realizar ningún cambio sobre el escenario, mientras que cinta fluorescente les marca en las tablas el emplazamiento exacto de la batería, por ejemplo, o el pie de micro de los segundos en actuar.
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