Velasco, lágrimas de fuego
Una muestra del artista sobre el infierno de Dante y otra con bosques carbonizados coinciden con los recientes incendios
La Gallera fue el espacio expositivo que más interesó a Javier Velasco (Cádiz, 1963) cuando vino a Valencia para quedarse. Pequeño recinto próximo al Mercado Central, donde se celebraban peleas de gallos que los espectadores miraban desde los balcones interiores y corría la sangre por el suelo circular, es de suponer. “¡Qué difícil y complicado!”, pensó el artista al verlo. “Un sitio así pide intervenirlo, hablarle y que te hable”, recuerda que le vino a la cabeza. Años después, Velasco y La Gallera dialogan.
Ahora, al entrar en La Gallera el espectador se topa con un intenso haz de luz roja regando el suelo sobre el que Velasco ha suspendido dendritas, lágrimas, hilos, de sangre o fuego creados con cristal de Murano, suspendidos del techo, prolongados en casi invisibles filamentos que el espectador casi puede tocar con la mano cuando se decide a franquear el perímetro ígneo. “Casi todos observáis el círculo desde fuera, sin pisar”, comenta con una sonrisa, señalando hacia los paneles colgados en las paredes del piso superior sobre los que discurren más anchos ríos de sangre pintados con mercurocromo que cambian cíclicamente de color al compás de la luz. Estamos en El séptimo círculo, según Dante, donde arden los violentos.
Artista plástico de amplio espectro y larga trayectoria, inicialmente performer, pinta, esculpe, trabaja el videoarte o la fotografía. “Esta es la instalación más grande que he hecho en cuanto a cantidad de vidrio usado”, explica: alrededor de 30 kilos de Murano fundido rojo. Velasco busca en los materiales no tanto el vehículo como “la materia misma de la que está hecho el lenguaje”, escribe José Guirao en el catálogo. En el mismo, Encarna Jiménez asegura no conocer “a nadie que haya dedicado tanto tiempo y destreza a un motivo que le obsesiona: la naturaleza y los abusos y sinrazones de la naturaleza humana”. La metáfora del fuego en La Gallera, por un lado. Por otro, en la cercana galería Pazycomedias, el artista muestra la devastación: Un ciervo desplomado sobre cenizas de vidrio a la entrada, acompañado de bosques de cristal negro quemados en el interior. Con los recientes incendios reconoce haberlo pasado “fatal”, pero no había caído en las coincidencias: El fuego infernal en una exposición, el paisaje calcinado en la otra, titulada Once upon a time. Es casualidad que la inaugurara pocos días antes de los incendios de Cortes de Pallás y Andilla, pero no deja de llamar la atención. Tal vez es que el arte avisa sin saberlo.
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