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CARLOS GRANÉS MAYA | ANTROPÓLOGO Y ENSAYISTA

“Lo que antes era revolucionario, ahora es rentable”

El antropólogo Carlos Granés Maya, ayer en el paraninfo de la UPV en Bilbao.
El antropólogo Carlos Granés Maya, ayer en el paraninfo de la UPV en Bilbao.LUIS ALBERTO GARCÍA

Desde que se alzó con el Premio de Ensayo Isabel Polanco, Carlos Granés Maya ha participado en foros de reflexión en España, Colombia y la India. Su última intervención tuvo lugar ayer, en el marco del curso de verano de la UPV “Vanguardias culturales, actores políticos y escenarios sociales de 1968 a 2012”.

Pregunta: ¿Qué motiva a alguien a transgredir?

Respuesta: La necesidad de contravenir las normas y desafiar lo existente es inevitable. El impulso revolucionario nace de no conformarse con la mediocridad y soñar con paraísos armónicos en los que encaja todo lo que anhelamos.

P: ¿Rebelarse está de moda?

R: Esa es la gran paradoja de nuestro tiempo, que las vanguardias entendidas como movimientos transgresores se han convertido en productos de consumo. Hoy en día transgredir es muy fácil, es sumarse a la mayoría, lo difícil es que sea exitoso.

P: ¿La revolución ha perdido mérito en la sociedad occidental?

Carlos Granés Maya (Bogotá, 1975) se doctoró en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid, ciudad donde reside en la actualidad. Colabora habitualmente en la revista Letras Libres y es asistente de dirección de la Cátedra Vargas Llosa. El pasado 10 de octubre ganó el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco 2011 con El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales, libro publicado por Taurus que recorre las vanguardias occidentales del siglo XX.

R: Claro, es que en la primera mitad del siglo XX manifestar la individualidad era muy revolucionario porque impugnaba un orden de cosas rígido y muy establecido. Pero ahora no existe esa represión ni ese autoritarismo y los jóvenes pueden expresarse con mucha más libertad. Y el elemento revolucionario se convierte en algo que vende entre la juventud occidental. Lo que antes era revolucionario ahora es rentable y el Che Guevara es el icono más vendido después de Mickey Mouse.

P: Además de la crisis económica, ¿estamos ante una crisis de los grandes relatos?

R: Hay ciertas estrategias que antes fueron efectivas como herramienta de ruptura e instrumento de cambio y ya no lo son. Eso no significa que sea el final, los que vivieron el mayo del 68 no sabían hasta que punto iba a ser histórico, eso se vio con la perspectiva histórica. Lo mismo con el 15M, es pronto para juzgarlo aunque ya ha tenido un efecto contagio en muchos países.

P: En El puño invisible afirma que los movimientos como el 15M solo transforman a quienes se implican en ellos.

R: Eso creo, mi curiosidad es ver qué será de ellos. ¿Se convertirán en nuevos tipos de líderes? Para mí, esa es la posibilidad real del 15M en cuanto a cambio social. Como movimiento se va a agotar, pervivirá en la medida en que influya en los que participaron en él.

P: ¿Su fallo es ser “apolíticos”?

R: Sí, se han metido en un callejón sin salida. Sin política se quedan en el deseo, en el ‘yo me acuesto aquí y acampo hasta que el mundo cambie y se parezca a lo que yo quiero que sea’. ¡Diablos! ¡Eso no va a pasar jamás!

“Como movimiento, el 15M va a agotarse; pervivirá en la medida en que influya a quienes participaron en él”

P: ¿El 15M refleja un cambio de etapa en España?

R: Con el 15M se está viviendo la resaca de la fiesta. El gran despertar vitalista se dio con la muerte de Franco, luego llegaron años de euforia, riqueza, integración en Europa, modernización, y los jóvenes empezaron a viajar mucho más gracias al Erasmus y a las compañías de bajo coste. Fue un renacer vital pero también una gran quema, hubo despilfarro, abusos y despreocupación. Y de pronto vemos que la fiesta se acabó y buscamos al culpable que nos dio el trago adulterado.

P: La tesis central de El puño invisible es que las vanguardias culturales han dejado más huella que las políticas en el siglo XX.

R: Sí, porque las revoluciones culturales intentaban cambiar las conciencias, las escalas de valores individuales. Eso fue más efectivo que intentar reestructurar, de un día para otro, el sistema de propiedad, las relaciones laborales o la distribución de la riqueza. Creo que su influencia fue el motor secreto de las revueltas sociales de los sesenta. La revolución cultural siempre ha coqueteado con la revolución política. Ocurrió con Marinetti y Mussolini, con Breton y Lenin, y también ocurrió aquí, en Euskadi.

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