Adiós al paisaje
"Otros paisajes valencianos se fueron y no volverán. Les dijo adiós para siempre la desconsideración hacia el medio natural, la poca estima hacia la tierra propia"
El lugareño que contemplaba los cerros cubiertos de ceniza no formaba parte de uno de esos grupos minoritarios, tan activos y necesarios, de ecologistas, que afirman con rotundidad que la naturaleza no nos necesita, que somos nosotros quienes la necesitamos. El labriego de nuestro interior valenciano que vio las llamas cerca tan cerca, rumiaba entre dientes, y entre exabrupto y exabrupto, que el fuego se había llevado lo único que tenían: el paisaje. No andaba falto de razón. Los incendios de Cortes y de Andilla se llevaron el reclamo que atraía a quienes les levanta el ánimo esas manchas verdes de nuestro interior valenciano, que no son alpinas, que son mediterráneas y muy nuestras. Son comarcas que vieron desaparecer a sus habitantes durante el último siglo por motivos económicos, y los pocos que permanecieron en aldeas y masías veían, y ven con toda legitimidad, una fuente de ingresos en los amantes del campo, el verde y los montes. Aunque en estos días de estío y de ceniza nos conviene a los valencianos virar la mente desde la tristeza a la esperanza; dejarnos de lamentaciones fúnebres ritualizadas o cabreadas, y venir a dar con el hecho de que la naturaleza es sabia, que por donde Cortes o Andilla, y con una climatología medianamente favorable, los cerros volverán a brotar y el gris ceniciento se convertirá en verde. Un verde que, casi con toda probabilidad, volverán a disfrutar los nietos del labriego cabreado; un verde que pueden olvidar quienes hoy lucen calvas o canas. Más que un adiós, al paisaje que desapareció estos días atrás habría que saludarlo con un hasta la vista.
Sin embargo, otros paisajes valencianos se fueron y no volverán. Les dijo adiós para siempre la desconsideración hacia el medio natural, la poca estima hacia la tierra propia, el olvido de un desarrollo equilibrado del sector turístico que hubiese sido compatible con el respeto al entorno, el dinero fácil en las arcas de algunos empresarios que no merecen tan digno nombre, la especulación que acompañó al cemento y a la burbuja inmobiliaria. Hasta nunca, pues, a la belleza costera de un litoral valenciano del que apenas sobreviven retazos o reliquias; hasta nunca a humedales junto al mar que ofrecían la más amena de las imágenes mediterráneas y que desaparecieron para siempre como la Albufereta de Oropesa o L’Estany del Lluent en el término municipal de la capital de La Plana, olvidado ya desde hace muchas décadas. Y son ejemplos que se citan por proximidad, aunque los hay en exceso entre Vinaròs y Guardamar. Y si alguno de ustedes, vecinos, tienen la buena ocurrencia de recorrer a pie la vía verde, antiguo trayecto del ferrocarril, entre Oropesa y Benicàssim, procuren disfrutar el recorrido mirando hacia el horizonte marítimo, porque si giran la vista al interior tropezarán sus ojos con el cemento; ese mismo cemento que tiene prácticamente sitiado el parque natural del Prat de Cabanes. Pero, a la larga, con el adiós al paisaje le decimos también adiós al turismo para siempre.
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