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Un estallido de colores bajo la ceniza

El MNAC presenta la sorprendente restauración de una pintura de Juan Bautista Maíno que se creía irrecuperable y confirma su atribución

Dos visitantes contemplan el cuadro de Maíno.
Dos visitantes contemplan el cuadro de Maíno.MARTA PÉREZ (EFE)

Recuperar una obra vejada, martirizada y finalmente quemada, como lo fue La conversión de san Pablo, de Juan Bautista Maíno (Pastrana, 1581-Madrid, 1649), es ya de por sí un logro excepcional, pero en este caso concreto tiene un valor simbólico añadido. “Con esta presentación queremos explicitar la nueva metodología de trabajo, así como la reestructuración y el diálogo continuo con la colección permanente, que será a menudo objeto de intervenciones de menor o mayor envergadura”, explicaba ayer Pepe Serra, que con su llegada a la dirección del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) ha aportado una energía nueva que se aprecia tanto en los grandes montajes, como la exposición que prepara conjuntamente con la Fundación Tàpies, como en intervenciones del estilo de la restauración del maíno.

“Se trata de una restauración que además ratifica la atribución, porque ha permitido encontrar cambios y modificaciones que nunca aparecerían en una copia. También ha evidenciado una característica de Maíno, que consistía en jerarquizar los materiales en función de la iconografía. Es el caso del pigmento de lapislázuli que utilizó para la indumentaria de san Pablo, mucho más caro que el azul empleado para el cielo”, indicó Mireia Mestre, jefa del área de restauración y conservación del MNAC, subrayando que tan solo se conservan en el mundo 44 obras de este artista clave para el desarrollo de la pintura española del siglo XVII.

Se trata de una pieza que ha tenido una historia más bien rocambolesca. No se conoce su emplazamiento original, pero se sabe que para arrancarla fue necesario mutilarla. Por suerte, consideraron que el trozo cortado no quedaba del todo mal colocado en otro lado del cuadro y allí lo pusieron. Pero esa no fue la única desgracia que le aconteció a La conversión de san Pablo. Tras varios avatares, repintes e intervenciones más dañinas que útiles, la obra acabó colgada en un despacho del Ayuntamiento de Barcelona, que ardió en 1985. Lo que quedaba de la pintura chamuscada fue a parar al Museo de Arte Moderno de la Ciutadella. Allí, desvalida y apoyada en una pared, la descubrió un día de 1996 Francesc Quílez, jefe del gabinete de Dibujos y Grabados del MNAC. Gracias a su corazonada de experto, la obra entró en el proceso de estudio e investigación del museo. Finalmente, en 2011, la aportación de los 30.000 euros necesarios por parte de la multinacional financiera BNP Paribas permitió llevar a cabo la restauración.

“Quizás empujado por el efecto de las llamas, esperaba encontrar el Maíno más tenebrista y caravagista, así que la mayor sorpresa fue descubrir el registro cromático tan amplio que usaba”, aseguró Quílez. Hasta finales de septiembre el cuadro se expondrá en una salita junto con radiografías, un breve vídeo muy didáctico y un boceto propiedad de un coleccionista privado, que contribuye a ratificar la atribución.

El director del MNAC aprovechó la ocasión para anticipar que dentro de unos días el consejero de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell, anunciará el nuevo concepto de “colección nacional global” entreel MNAC y el Macba, que comporta la desaparición del anacronismo que suponían las fronteras cronológicas fijas que marcaban el territorio de cada centro. Serra ha reivindicado desde que se hizo cargo del museo la necesidad y legitimidad de que el MNAC articule el discurso museológico de la montaña de Montjuïc “desde las torres hasta el Palau Nacional”, lo cual incluiría los pabellones, propiedad del Ayuntamiento, que están siendo objeto de una negociación en la que intervienen el MNAC, ahogado por la falta de espacio; la baronesa Carmen Thyssen, que los quiere para su colección, y la Fundación La Caixa. La baronesa ya ha retirado prácticamente todos los cuadros que tenía depositados en el MNAC. “Quedan unos siete, pero no me preocupa. No queremos obras que no tengan sentido en el marco de nuestro discurso”, concluye Serra.

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