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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una época troyana

"Estamos ante una revolución en toda regla donde las normas del juego varían según los intereses inmediatos de sus múltiples dirigentes"

Ahora que estamos sometidos a una perpetua cuesta de enero resulta difícil abandonar la impresión de que nos han convertido en un país ocupado en el que los ocupantes cuentan con la complicidad de los mandatarios locales para hacernos las cosas cada día un poco más difíciles, pasito a pasito hasta obtener esa gran derrota final que exigirá la genuflexión generalizada para seguir con vida, y aún así veremos quiénes sobreviven a las argucias de los ocupantes y de sus cómplices. El suceso público se convierte en realidad privada, y todo ocurre como si los responsables del desastre, que no acostumbran a dar la cara ni siquiera cuando está claro que no tienen escapatoria moral alguna, actuaran bajo el influjo de una pócima medieval en la que, parodiando a Alejo Carpentier, su creencia en algo que cambia de aspecto cada día nos deparará grandes y terribles decepciones, ya que saben lo que aborrecen pero poco más, y por creer saberlo ponen su confianza y sus esperanzas en cualquier otra cosa.

Entre otras, esa cualquier otra cosa se resume por ahora en el brutal recorte de las prestaciones sociales y en el hundimiento progresivo de los programas de sanidad y educación, como si el Estado usurpado en sus funciones por sus ocupantes no tuviera la menor responsabilidad. Una conjura en toda regla según la cual la primacía de los problemas a resolver no pasa por las necesidades pendientes de este país sino por el capricho asesino de quienes se erigen en gestores del problema que ellos mismos han creado. Estamos ante una revolución en toda regla donde las normas del juego varían según los intereses inmediatos de sus múltiples dirigentes, con el consiguiente desbarajuste no solo gramatical donde los eufemismos se convierten en los amos de un lenguaje críptico en el que se dice lo que se quiere decir sin apenas mencionarlo. Los hechos son los que son, pero las palabras que podrían designarlos con justeza son asesinadas cada día sin piedad aunque con conocimiento en una ordalía de trampantojos donde el carnaval del ocupante aspira a eludir sin consecuencias la atrocidad de una conducta política que, para nuestra desdicha, no se oculta solo en la trapacera aversión al relato cierto, claro y conciso.

Quizá vamos hacia una nueva posguerra donde los estraperlistas de siempre volverán a forrarse a costa de las necesidades ajenas. ¿Exagerado? De momento ha ya ha brotado la negrura del realquilado con suerte por poder pagarse una habitación, y eso sin mencionar a los desahuciados que sólo disponen de chabolas improvisadas donde caerse medio muertos. A los jubilados pobres de toda la vida no les recortan por ahora sus escuálidas pensiones, pero se les asfixia con el copago de los medicamentos que requieren para seguir viviendo y con restricciones criminales en la asistencia sanitaria. Rajoy, qué grande eres, muchacho.

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