Los quiosqueros del Retiro, ante los 50 días de encierro
Los puestos del parque permanecen cerrados mientras un juez decide sobre la legalidad del concurso para las concesiones
Un miércoles al mediodía en el parque del Retiro de Madrid no hay corredores ni patinadoras, tampoco niños trasteando ni apenas turistas. El decorado lo componen ancianos en silla de ruedas buscando el sol y algún saxofonista callejero que descuartiza Bésame mucho. Entre los únicos estímulos para los curiosos están el desguace de la Feria del Libro y un quiosco empapelado de notitas alrededor del que gira una decena de personas. Es el quiosco en el que llevan encerrados 49 días los quiosqueros del Retiro, obligados a dejar sus negocios después del fin de su centenaria concesión en el parque. El Quiosco número Siete.
Guadalupe Zapiain escribe una notita de apoyo a los desahuciados y la cuelga entre el resto. “Es para decir que ahora entiendo la Revolución francesa y la guillotina”, explica. “Lo de la concesión es una excusa. Este es un sistema del que se lucran cuatro, y los demás estamos trabajando sábados y domingos”. Guadalupe, cuya hija se ha tenido que marchar a Dublín porque no encuentra empleo en España, está en desacuerdo con que la gestión de los puestos pase a grandes grupos hosteleros y se le retire a las familias que durante generaciones han servido refrescos en las terrazas.
En la puerta del establecimiento se encuentra Dionisio Ruiz, hasta ahora el encargado del Quiosco número Cuatro. Esta misma mañana ha recibido una orden de desahucio judicial que le da 10 días para dejar su negocio. “Ya lo esperaba”, cuenta explicando que el proceso para desalojar los 11 puestos que terminaban su concesión empezó el 24 de abril, “pero no es agradable”. Dionisio, de 52 años, no tiene más fuente de ingreso que el puesto que heredó de su tío y en el que ha trabajado 34 años con otras ocho familias. “No hay plan B una vez que nos quedemos en la calle”, dice.
Junto a otras 30 personas relacionadas con los quioscos, Dionisio ha estado turnándose para dormir en el Siete desde que aquel 24 de abril se clausuró el primero de los negocios, el del padre de Pablo Jimeno. “Mi padre desde entonces no ha querido venir por el parque”, explica Pablo, también encerrado. Los 30 se turnan para que cada noche una decena duerma en colchones sobre el suelo del bar entre mesas de plástico. Por la mañana llega el relevo, así pueden ducharse y descansar en casa. “Empieza a ser muy pesado”, cuenta Beatriz Pérez, la regente de ese quiosco. Para ella, lo peor es el polvo y el polen que se cuela por las persianas y no le dejan respirar. Yolanda Martínez-Morata, que trabaja con ella, tiene sus mayores enemigos en “los bichitos” que también les visitan por la noche. “Alguna cucaracha ya se ha subido donde no debía”, dice con cara de asco.
Los quiosqueros piensan prolongar su encierro hasta que los juzgados resuelvan el recurso que han interpuesto contra el pliego de condiciones del concurso que han perdido y por el cual no les revalidarán la concesión. Revisando el valor catastral del suelo, el Ayuntamiento ha subido hasta el 600% el precio de la concesión. En el nuevo pliego, el canon pasa de los 10.000 y 19.000 euros (según la zona) hasta los 45.000 anuales. “Además, los señores que han ganado y se van a llevar los quioscos han presentado ofertas que son ilegales”, asegura Ana Corchero, portavoz de los quiosqueros. “Dicen que van a contar con cocina y cocinero en unos edificios que son Bien de Interés Cultural y no los admiten; han propuesto un número de empleados que es insostenible… Todos son trucos para darle más puntos a empresas ya elegidas”. Los ganadores provisionales del concurso son Casa Remigio (concesionaria de todos los puestos de Madrid Río), Iván Adrián Moreno Sánchez y Diego de la Barrera (gestor de cafeterías de centros culturales y deportivos de Madrid). El Ayuntamiento asegura que su intención es mejorar los servicios en el parque y ponerlos a la altura de los existentes en el Central Park de nueva York o el Hyde Park de Londres.
Mientras que el conflicto mantiene los puestos cerrados en plena temporada alta, los quiosqueros argumentan que, si llevan un siglo en el Retiro, el Ayuntamiento debería de esperarse al menos a que se resuelva el litigio judicial antes de expulsarlos. “Mi abuelo dormía en la caseta de los guardas, y mi padre se ha criado aquí”, cuenta Pablo, “y ahora nos echan de un día para otro”. Según el Consistorio, no se puede permitir que las familias sigan rigiendo el negocio en base a antiguos privilegios (en el siglo XIX la Casa Real concedió a sus empleados el usufructo de los negocios para vender agua y azucarillos) y estos deben atenerse a concurso público, a lo que los quiosqueros dicen que tampoco se niegan siempre que las condiciones se atengan a la legalidad.
“Estamos aquí parados, sin trabajar y sabiendo que si perdemos el recurso nos quedamos en la calle”, dice Beatriz, insistiendo en que son autónomos y ni siquiera tienen derecho a paro. “Nosotros vamos a luchar por esto hasta el final”, la apoya Yolanda: “no nos queda otra opción. Los otros son los que tienen un montón de restaurantes para sobrevivir si este abuso no les sale bien”. Manuel Páez, del Quiosco Seis y también en el encierro del Siete, señala a su alrededor y suspira: “Yo no lo entiendo: este negocio tampoco es para tirar cohetes; solo para sobrevivir. Fíjese, si no hay nadie”. Miércoles en el Retiro solo se ve a un grupo de curiosos alrededor del quiosco, los ancianos y algún saxofonista.
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