“Soy un fuera de la grey”
Javier Krahe vuelve a la Galileo tras su juicio por “escarnio” de la religión convertido en alegato por la libertad de creación
Raro es el mes que Javier Krahe (Madrid, 1944) no asoma sus barbas níveas y fina estampa por las tablas de la sala Galileo Galilei, pero anoche las ovaciones eran más sonoras y el público más entusiasta que de costumbre. “Generalmente nos aplauden, pero no tanto”, anotó con esa sorna a la que es tan fiel como a la nicotina. Y añadió, para redondear la guasa: “Seguro que habéis venido a ver cómo es el hereje…”. El reciente juicio por supuestas irreverencias contra la religión católica, que el lunes levantó una inmensa polvareda, acabará teniendo su merecido; esto es, una canción. En ella, este antiguo integrante de La Mandrágora y autor de letras sensuales, mordaces, cínicas, grotescas o deliciosamente impertinentes (Cuervo ingenuo) se define como “un fuera de la grey” y reivindica la disidencia religiosa. “Yo no mermo la libertad de nadie ni tengo que pedir disculpas. No les he puesto la película en sus capillas ni pretendo que dejen de ir a misa”, argumentó.
Krahe es, bajo su apariencia bohemia y caótica, un hombre de costumbres. Anoche llegó a la Galileo con el tiempo justo y el repertorio a medio elegir, del mismo modo que la víspera se homenajeó con sus consabidas copas de todos los lunes en la calle de San Vicente Ferrer, corazón de ese Malasaña de sus amores. Solo que en esta ocasión las miradas, directas o de soslayo, eran más numerosas que en anteriores semanas. El cantautor se dice, como buen tímido, “hombre de perfil bajo”, pero el primer juicio por blasfemia le ha colocado en todos los disparaderos. El Centro de Estudios Tomás Moro reclamaba 144.000 euros y nueve meses de multa por un vídeo de 1977 en el que Krahe exponía la receta de un Cristo crucificado.
“Las cosas van a ser sensatas”, exponía ayer el trovador confiando en una resolución absolutoria, después de que el fiscal no apreciase delito alguno en el cortometraje. Pero la controversia ya va más allá de su dimensión judicial y ha avivado un intenso debate en el mundo de la cultura o las redes sociales. “Vivimos en un país cerril”, se resignaba anoche el autor mientras prendía el primero de sus cigarrillos en el minúsculo y entrañable camerino de la Galileo. “Yo solo quiero que se conozcan mis conciertos y mis canciones, pero los del otro bando no se lo creerán…”.
Krahe comprende que algunos creyentes “puedan sentirse ofendidos” con aquella grabación que Canal + emitió en 2004, pero no encuentra motivos de arrepentimiento. “También hay montones de cosas que ofenden mis sentimientos de no creyente”, argumenta, “como las palabras del obispo de Alcalá. Estoy acostumbradísimo a que me ofendan, pero las cosas de los sentimientos no pueden acabar en los tribunales”.
Por eso no piensa pedir disculpas (“igual que no me las pidieron a mí cuando construyeron una iglesia en López de Hoyos”). Tampoco le atañen los comentarios en Twitter retándole a que “tenga narices” para urdir una befa similar sobre Mahoma (“¿por qué tendría yo que hablar de ese hombre?”). En estos momentos solo le preocupa completar una canción a medio escribir sobre todos estos acontecimientos. “El señor no es mi pastor / Yo no soy un borrego”, dicen sus dos primeros versos. Y el cuarto terminará rimando, de una manera u otra, con “mujeriego”. En la más pura tradición krahista.
¿Religión y mujer? “Las mujeres siguen siendo lo que más me inspira. De cada diez letras, ocho suelen hablar de relaciones amorosas y dejo el veinte por ciento restante para política, economía, filosofía, geometría…”, calcula. En el arte de la rima, proclama, se siente más ducho que en las vistas por lo penal. “Pero a lo mejor, una vez absuelto, sigo contando cosas”, agrega con un cierto enigma.
Mientras tanto, sus espectadores —los habituales o los más morbosos— disfrutaron ayer de una buena dosis de socarronería cantada, con alguna que otra tos y un par de letras que se le atragantaron en la memoria. De eso habla una de sus nuevas composiciones, Mariví: un amante que añora a Mariví… o a Maribel. Quizás el lance se remonte a 1977. O así.
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