Repetición de la jugada
James Hunter y Eli 'Paperboy' Reed cierran el primer festival Black is Back!
Cinco años atrás, cuando el nombre de James Hunter se hizo reincidente en las tertulias melómanas, todos apelábamos a la bendición que le había concedido Van Morrison: “El secreto mejor guardado del soul británico”. Ayer, más viejos y desfondados que entonces, y con el autor de Moondance inmerso en un silencio pertinaz, el reencuentro con este antiguo ferroviario constituía un magnífico revulsivo contra la melancolía. Hunter es hombre de talante arrollador, pero el concierto en el Matadero arrancó muy cuesta arriba, con graves problemas de sonido y su teclista marcándose un solo en tonalidad equivocada. Y ese desasosiego gravitó durante la primera media hora, hasta que No smoke without fire, ya con los dedos calientes, dio paso a las mejores descargas de adrenalina.
El de Essex estrena nuevo disco, Change of heart, pero nada de lo que en él acontece pillará por sorpresa a quienes le descubrieran en 2006 con el soberbio People gonna talk o con The hard way, dos años después. Hunter se ha hecho el firme propósito de no escribir una sola línea sin que remita a clásicos con al menos medio siglo de antigüedad. Es meloso como Sam Cooke y arrebatador a la manera de Ray Charles, e incluso en ocasiones (Jacqueline) se permite sonar cual Chuck Berry guasón. Las baladas le salen medio caribeñas, con la batería percutida con las manos, mientras que la abrasadora combinación de los dos saxofones prende fuego al repertorio más expeditivo.
Hunter es meloso como Sam Cooke y arrebatador como Ray Charles
Sonriente y burlón, jovial para sus casi 50 años, Hunter impartió un cursillo acelerado de humor británico. “Esta canción es nueva, ni siquiera la hemos escrito”, anunció. Y luego presentó a Jonathan Lee como “batería y sombrero, aunque es mejor como sombrero”. Hubo buenas vibraciones, sin duda, pero también una cierta sensación de que asistíamos a la repetición de la misma jugada.
Ese mismo peligro, el de las reiteraciones, acechaba a Eli Paperboy Reed, cuyas visitas han sido tan frecuentes estos años que en su Facebook incluía comentarios sobre la final de la Copa del Rey. Pero antes del tupé más célebre de Boston allanaron el terreno los gerundenses The Pepper Pots, magníficos en su recreación del prístino universo Motown: melodías adorables, músicos trajeados y tres vocalistas (rubia, morena y negra) que, cual reencarnación de las Supremes, conjugaban voces magníficas, coreografías ye-yé’ y vestidos necesariamente incautados en el armario de alguna abuela.
Reed llegó a tiro hecho, con la nave ya en ebullición, y en cuanto profirió con The satisfier sus primeros alaridos a lo James Brown resultó evidente que saldría victorioso del envite. El americano y los catalanes se entienden de maravilla desde que registraran pocos meses atrás un EP conjunto, Time and place, y sus revisiones de clásicos poco trillados del género (Take it like a man) dejan muy buen sabor de boca. Sobre todo en el caso de Don’t mess up a good thing, palpitante duelo chico-chica entre Eli y Aya Sima, la vocalista de color.
Reed apenas recurrió a temas de su cosecha (Come and get it) y prefirió aprovechar la alianza para alguna incursión jamaicana o una versión impresionante de How can I forget. Las tres voces de The Impressions sonreían y asentían desde un lateral del escenario. Si se tratase de un tribunal, intuimos que su nota final no bajaría del notable alto. Casi como la de este primer e inopinado festival Black is Back!
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