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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es su vergüenza

"El Gobierno en el que se desarrollaron todas estas trapacerías, era del PP, su partido"

El vicepresidente del Consell, José Ciscar, aseguró el pasado viernes que “algunas de las expresiones que hemos visto [en el escándalo de las ayudas a la cooperación] son absolutamente reprobables”. Dijo más, dijo que le producían vergüenza ajena; pero no quiso ir más allá. Hubiera estado bien que concretara qué expresiones le parecían “absolutamente reprobables”. Tal vez fueran esas en las que el director general de Cooperación, Josep María Felip, sugiere que el responsable de la ONG Esperanza Sin Fronteras, Fernando Darder, “monte el número en declaraciones a la SER, a los diarios, en contra de…, que vaya allí y se encadene, él y su parroquia al árbol de EL PAÍS, que vayan allí, que vayan todos, y que asalten EL PAÍS y pidan explicaciones y monten el número y lleven un fotógrafo, oye, ya está bien”.

Felip era de los que pasaba por ser un militante del PP con pedigrí democrático, de los que tenían un historial de militancia en la lucha contra la dictadura franquista, de los que pelearon por las libertades. Tal vez por eso se limitaba a pedir un asalto a EL PAÍS, como si este periódico fuera la Bastilla o el Palacio de Invierno. Este demócrata de guardarropía nunca debió dedicar un segundo a la reflexión de Thomas Jefferson sobre el dilema entre prensa y poder. El político y pensador americano dijo: “Si me incumbiese decidir entre un Gobierno con periódicos o periódicos sin Gobierno no vacilaría un segundo en preferir lo segundo”. Qué prefiere el PP de la Comunidad Valenciana es una pregunta retórica que se contesta solo con ver Canal 9.

En la Consejería de Solidaridad

El exdirector de Cooperación, con todo, es un ilustrado, una persona refinada y exquisita al lado del abogado de Augusto César Tauroni, uno de los principales cerebros de la trama que saqueó la Consejería de Solidaridad y Ciudadanía. Vicente Gómez Tejedor —quede el nombre de este leguleyo para la posteridad— mantuvo una conversación con el tal Tauroni de la siguiente guisa. Dice el tiburón, perdón, Tauroni: “Habrá que meditar qué hacemos con la Mireia [Mollà, diputada autonómica por Compromís] si la denunciamos o qué hacemos con ella”. A lo que responde el picapleitos: “La violamos o cualquier barbaridad de esta, ¿no?”. Y Tauroni: “Sí, lo que sea, pero...”. El abogado le interrumpe: “Más quisiera la pobre, en fin”. Estos mafiosos de opereta utilizan en sus conversaciones un lenguaje soez, machista, insultante y agresivo. A los periodistas incómodos se les califica de “sicarios”, pero los partidarios de utilizar las armas son ellos. Marc Llinares, exjefe de área de Cooperación, cuenta que su mujer le aconseja ir “con la metralleta a matar” a un periodista. En la Consejería de Solidaridad y Ciudadanía debían saber mucho de luchas armadas.

Claro, ahora dirán que todo era una exageración, que se trataba de bravuconadas sin intención, tonterías que se dicen al calor de una discusión. Recordando a Felip —por cierto, si ése es el demócrata, cómo serán los otros—: “Oye, ya está bien”.

José Ciscar confiesa que “algunas expresiones” le causan vergüenza ajena. No, vicepresidente. Todo el sumario causa vergüenza; pero en su caso no es ajena. Es propia. Es su vergüenza. El Gobierno en el que se desarrollaron todas estas trapacerías, era del PP, su partido. El responsable político de la consejería en la época en que se produjo el saqueo es, hoy, no ayer, ni anteayer, el portavoz de su grupo parlamentario en las Cortes Valencianas. Es su vergüenza, vicepresidente. Y lo seguirá siendo mientras Rafael Blasco ocupe cualquier puesto de responsabilidad en el PP. Y sí, hay que respetar la presunción de inocencia porque es lo que nos corresponde como demócratas; pero eso no le impide al presidente Alberto Fabra adoptar las decisiones políticas que considere oportunas. Si espera que los jueces le hagan el trabajo sucio para destituir a Blasco al frente de la bancada popular en el Palau de Benicarló, por muchas y buenas que sean sus intenciones, quedará claro que Fabra, como tantos otros políticos, quiere hacer pasar por prudencia y respeto a las normas lo que no es más que pusilanimidad. Es su vergüenza, no la nuestra.

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Por cierto, que no estaría de más que el presidente explicara por qué los imputados no son buenos para dirigir el PP; pero sí para representar al millón largo de valencianos que les votaron. Todos y cada uno de ellos debería sentir vergüenza. En este caso, ajena. Ahí sí.

» Con vergüenza. Francisco Camps, en su condición de expresidente de la Generalitat dispone de coche oficial, chófer y secretaria. Nada que objetar. Pero utilizar el vehículo de alta gama que tiene a su disposición, un Audi por más señas, para desplazarse apenas 300 metros como hizo el pasado jueves a eso de las 10.30 de la mañana solo puede significar una cosa. No se atreve a pisar la calle porque siente vergüenza y miedo. Vergüenza por lo que hizo y consintió en el caso Gürtel y miedo de que algún ciudadano se lo eche en cara en plena calle.

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