Política de ascensor
"Ahora que hemos racionalizado la portería, a lo mejor empezamos a externalizar a ciertos vecinos aplicándoles medidas irreversibles"
Los silencios de ascensor siempre me han dado grima. Te quedas mirando al vecino del quinto y dices aquello de “hace calor, ¿eh?”, mientras la cabina sube lenta, lentamente. Nada, ni se inmuta. Pruebas con otra cosa: —Menudo palo le han dado a Sarkozy. Ahora sí: —No seas demagogo —te corta—, aquí hay un montón de puestos de trabajo improductivos y hasta que no soltemos lastre con la reforma laboral no saldremos del agujero. Me pongo colorado y me permito una ironía, aprovechando que ya estamos en su planta: —Es cierto, el Congreso de los Diputados, los Parlamentos autonómicos y las Diputaciones, vaya empresas improductivas que estamos financiando. Con media docena de representantes, uno por cada formación política, vamos que ardemos.
¡Qué cosas tienes! —me dice mi vecino, sosteniendo la puerta para que no me escape—, pareces un indignado, uno de esos perroflautas sin afeitar. Mientras me miro disimuladamente la barbilla en el espejo del ascensor, él continúa: —Y no solo es urgente la reforma laboral, también lo son los recortes en sanidad y educación. No podemos seguir pagando esas prestaciones millonarias de ninguna manera. —¿Has dicho que no podemos seguir pagando la sanidad y la educación a los ricos?: totalmente de acuerdo —le apoyo con ardor—. No veo por qué tenemos que sostener los colegios privados si sus alumnos se lo pueden costear de sobra. Que los recorten. Y en cuanto a la sanidad, lo del copago me parece un acierto. Todos esos políticos que estaban en Bancaja o en la CAM y que se han ido de la bola, creyéndose poco menos que Bill Gates, deberían costearse el tratamiento de sus locuras, que nos han dejado con una mano delante y otra detrás. Lo que les ha ocurrido es una gran desgracia, pero no veo por qué debemos pagarlo los demás.
Mi vecino se echa las manos a la cabeza: —No has entendido nada. La economía es como el juego del Monopoly: por eso hay que incentivar a los emprendedores, aunque sean un poco tramposos. No, si la amnistía fiscal la veo bien —le digo—, pero no entiendo por qué se la van a aplicar solo a los que han defraudado grandes fortunas y a mí, que tengo unas cuantas multas de zona azul, me las quieren cobrar con recargo. ¡No pretenderás compararte con el yernísimo! —salta escandalizado. Más te valdría arrimar el hombro, que a este paso nos va a intervenir el Gobierno. Ya lo hizo —objeto—: ¿para qué queremos aumentar la cuota valenciana de Bankia si un solo expresidente de la Generalitat ha bastado para arruinar a un par de generaciones de valencianos y ahí sigue mangoneando? Ante aquello, se aleja dejándome por imposible mientras musita: —Que se prepare en la reunión de comunidad del próximo viernes. Ahora que hemos racionalizado la portería, a lo mejor empezamos a externalizar a ciertos vecinos aplicándoles medidas irreversibles. Por su bien, claro.
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