Reflexiones sobre el rombo
Pronto asistirá el paisito a una nueva contienda electoral y el rombo que articula el nuevo sistema de partidos se hará un poco más claro. La política vasca cada vez está más cerca de ser política, esto es, de debatir sobre gestión pública o proyectos sociales. Puede sonar extraño, pero nuestros políticos, enrocado cada uno en su trinchera, no sentían antes la exigencia del pueblo pidiendo soluciones a problemas cercanos. La política vasca, más que una partida de naipes, era la celebración simultánea de distintos solitarios.
Paradójicamente, ello permitía que el trabajo institucional fuera tranquilo. Frente a la agitación patriótica, llena de maximalismos, la gestión de los recursos públicos, el establecimiento de prioridades, la seguridad ciudadana, la calidad de los servicios o la presión impositiva eran cuestiones que quedaban en segundo plano. Esto no quiere decir que, en el trato con el poder, los grupos de presión, desde empresarios y sindicatos hasta oenegés y clubes de fútbol, no trabajaran con subterránea eficacia en defensa de sus intereses. Pero lo hacían sin la necesidad de ninguna cobertura discursiva por parte de quien, en ese momento, en esa Administración, ejerciera el poder. Digamos que la política visible persistía en la trifulca sobre himnos y banderas, mientras que la práctica concreta (gobernar es gastar, que dijo el clásico) se realizaba mediante mensajes cifrados o acuerdos adoptados, más que en los parlamentos, en los txokos.
La terminación de un largo, doloroso y sangriento ciclo de violencia obliga a los partidos vascos a una reconversión. Ahora, el rombo de nuestra política (no es un cuadrado: el PNV y el PSE se superponen en el centro del espectro, mientras que el PP bascula a la derecha y Bildu a la izquierda) va a operar de otra manera. Y el cambio se está produciendo a una velocidad mayor de la prevista. Bildu muestra agresividad fiscal y paraliza proyectos estratégicos en Gipuzkoa. El PSE se posiciona en el ala dura del socialismo español, exigiendo impuestos aún más altos e incomodado por el apoyo de la derecha. Por su parte, el PP se entrega al estilo Basagoiti, con un discurso bronco, entre extravagante y torpemente intuitivo.
Por su parte, el PNV cuenta con una base electoral muy sólida. Esa seguridad le permite circunscribir su discurso a la defensa del ámbito competencial estatutario. El PNV acciona resortes sentimentales pero ha renunciado a elaborar ideología de fondo, lo cual le sitúa, de facto, en el socialismo democrático. Incluso a la hora de abordar la crisis económica, las formulaciones del PNV hablan más de autonomía y estatuto que de una política económica definida según criterios claros. Su base electoral confía en la receta, pero habría que preguntarse si esa postura puede sostenerse en el tiempo, cuando el debate sobre modelos económicos es algo inevitable.
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