Color gris censura
‘The gray wall’ bucea sobre el graffiti en China La muestra acoge 10 fotografías del donostiarra Juan Aizpitarte
Sobre un muro se superponen varias capas de pintura, algunas recientes, otras ya desconchadas, mientras algunas letras se dejan ver entre brochazo y brochazo. Resumen de los graffitis que Juan Aizpitarte (San Sebastián, 1974) se encontró durante una residencia en Pekín y que a través de 10 fotografías conforman la exposición The gray wall, de Amnistía Internacional. La muestra, inaugurada en el Colegio de Arquitectos de San Sebastián con motivo del Festival de Cine y Derechos Humanos, permanecerá abierta hasta el 20 de mayo.
“El leitmotiv central de mi estancia en China fue intentar entender su sociedad a través de sus paredes”, resume Aizpitarte. Y no encontró mejor fórmula que retratar las palabras o signos que alguien escribió en un muro, y la mano de la censura o del ciudadano que vino después, sobreponiendo tachones con gritos encerrados en una pared. Un ejercicio que tiene como resultado una reflexión directa sobre la libertad de expresión y la falta de ella. “El graffiti sea político o estético, siempre te transmite lo que se puede decir, lo que no, lo que se quiere decir y lo que finalmente queda reflejado”, explica.
El artista retrata a la sociedad asiática a través de lo que ocultan sus paredes
El título de la muestra juega con uno de los principales iconos de China, la gran muralla o great wall y el color gris, gray en inglés. “Cuando llegué a Pekín percibí que el color gris estaba tomando la ciudad. Todos los bajos comerciales eran completamente grises”, recuerda el artista. Un color elegido por las autoridades entre una amplia gama creando una “estética antivandálica”, señala Aizpitarte, porque así “ni los colores oscuros, ni los claros, resaltan”.
El artista descubrió que el rojo, el color que se asocia a China de forma casi intuitiva se reservaba en Pekín en exclusividad a la ciudad prohibida, al poder, a lo oficial, mientras que los tonos apagados se apoderaban de los rincones cotidianos de la ciudad. “Pensaba encontrar algo mucho más llamativo, tipo graffiti occidental, pero me encontré con algo invisible, esa superposición de manchas y tras ellas se iba transparentando la memoria de una comunicación efímera”.
Las pintadas anónimas se ocultan tras brochazos oficiales
Fue precisamente esos vestigios semiocultos de diálogos acallados los que le llevaron a plantear su trabajo como una reflexión sobre la censura, la pared, ese soporte que divide lo público de lo privado. De ahí también que las 10 fotografías de un metro por un metro que componen The gray wall cuiden la técnica en exceso. “Son superformales, no quería que el espectador pensara o se distrajera con el formato, así puede quedar atrapado entre el soporte y el contenido. Simplemente es un archivo fotográfico que tiene aspecto de obra”, zanja Aizpitarte.
La mayoría de graffitis fotografiados por Aizpitarte encierran anuncios, según aclara el artista, sobre actividades ilegales. “Tipo números de teléfono para conseguir certificados falsos de bodas, médico... Todo un elenco de actividades subterráneas”, a los que se suman otro tipo de “comunicación más abierta, expresiva, íntima, un te quiero, por ejemplo”. Entre las pintadas anónimas se entremezcla la oficialidad con eslóganes como “súmate a la revolución de los hutones”, ilustra Aizpitarte, creando el conjunto esa especie de lucha entre el poder establecido y los resquicios por los que respira la sociedad.
La exposición se puede visitar en San Sebastián hasta el 20 de mayo
La exposición, que se adereza de otros elementos característicos de la propaganda china como banderines rojos, juega además con dos eslóganes, puntualiza Aizpitarte, uno de Brassaï, que reza “el graffiti es un termómetro social”, y otro de Confucio, “la belleza existe en cualquier lugar, solamente hay que saber verla”.
El artista ofrece incluso una nueva reflexión. “Aquí los graffitis se eliminan por completo, no queda ni rastro de ellos, allí, por lo menos, capa a capa se puede descubrir una historia, una secuencia de quien estuvo allí y quién llegó después”.
Aizpitarte planea ahora convertir el proyecto en una representación de la ciudad en blanco y negro y color. Los dos primeros tonos los reserva para aquellas zonas en las que impera la censura, mientras que el resto para las esquinas de Pekín que rezuman publicidad y propaganda. “Con tres colores se podría medir muy bien la situación de la libertad de expresión o el momento que puede estar viviendo China”, concluye.
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