Malo y peor
"Pero ¿saben qué es lo peor de todo? Que llegue un día en que no lo podamos contar, que no lo podamos ver, que se enmudezcan o se compren voces críticas o simplemente informativas"
Es malo que los ahorros valgan cada vez menos. O nada. Y muy malo que a los atracadores les vaya a salir por poco más que una regañina. Es nefasto que gran parte del saqueo a las arcas públicas siga oculto, o encallado en los inextricables laberintos del sistema judicial. Resulta nocivo que haya que repagar para litigar, e injusto que sea una firma de juez la que pone en la calle a quienes más ayuda necesitan. También penoso que la renta anual de cada valenciana y valenciano sea 2.600 euros inferior a la media española.
Perverso es el vaciamiento de derechos laborales, la extensión de la desesperanza entre quienes quieren trabajar y no pueden, el abandono de dependientes, el adelgazamiento de la cultura y la lengua, el borrado de la memoria, el hurgado en los ovarios, el palo y tentetieso... Para llorar, que contemos con los servicios sociales más lamentables y que más de 300.000 personas no hayan podido calentar su casa este invierno.
Odioso cómo se dilapida patrimonio en fastos de superlujo y superpijo. Y dura la declaración de la renta mientras las élites económicas y la iglesia de la pompa y ceremonia no sólo no aportan sino que además chupan todo lo que les dejan, que es mucho.
Es horrible para colegios, institutos y universidades públicas el desprecio de quienes deberían sostenerlas y mejorarlas pero provocan la pérdida de ilusión por aprender, por enseñar, por investigar. Las mismas gentes que privilegian a centros privados dedicados a impartir doctrina o hacer negocio (a menudo, a las dos cosas). Es detestable que amplias capas de la población vayan a quedar al margen del sistema sanitario; perverso para las personas y también para la salud pública, que podría registrar un rebrote de infecciones ahora más o menos controladas, y una saturación de los servicios de urgencias. Peligroso que el gasto sanitario per cápita sea con mucho el más bajo del Estado, casi la mitad que el más alto.
Un retroceso que se elimine la poca ayuda a las maltratadas, que se desprestigie al funcionariado, que se premie a los promotores urbanísticos culpables de la burbuja, el pelotazo y el deterioro del medio ambiente. Tampoco resultan buenas las amnistías incomprensibles ni las monarquías con retrogusto medieval.
Pero ¿saben qué es lo peor de todo? Que llegue un día en que no lo podamos contar, que no lo podamos ver, que se enmudezcan o se compren voces críticas o simplemente informativas. A la plataforma en defensa del Estado del bienestar (definida como “una superestructura de voluntades, de ciclo combinado”) le pido que no olvide a las televisiones, con influencia aún tan masiva. Que reclame para RTVV y RTVE libertad e independencia (hay una iniciativa en Actuable), porque el bienestar en comunicación es un derecho fundamental. Arthur Miller decía que un buen periódico es un pueblo hablándose a sí mismo. No consintamos que quiebren el espejo mágico, que nos expropien unas televisiones públicas que acabarían emitiendo solo el silencio de los corderos o el balar de las ovejitas.
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