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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Domingo triste

Cuando los políticos nos piden unos cuantos euros más deberían pensar lo que hay detrás

Durante los años treinta, Hungría tuvo un incremento trágico de la tasa de suicidios. La crisis económica y los cambios sociales de un período enmarcado por las dos guerras fueron una carga excesiva para muchas personas. Por entonces, un compositor poco conocido, Seress en 1933, lanzó una canción titulada domingo triste, aunque fue más conocida como la canción húngara del suicidio. Rodeada de leyendas y supersticiones relacionadas con personas que acabaron con su vida, entre ellas la del propio autor, hasta tuvo que ser prohibida por las autoridades ante el temor de que contribuyera de algún modo a la oleada de suicidios que padecían por entonces.

Aquí y ahora, políticos y economistas repiten todos los días que la crisis actual que padecemos no tiene nada que ver con la que comenzó en 1929 y hasta es posible que tengan razón. Pero ellos están pensando en estructuras económicas y factores políticos, se preocupan poco de las consecuencias sociales y psicológicas que afectan a las personas, y en este terreno existen muchas más coincidencias entre lo que ocurrió entonces y sufrimos en estos momentos. Entre otras muchas semejanzas, un aumento en los casos de suicidio que conocemos desde hace meses y que la prensa informa ya abiertamente en estos últimos días. En Grecia, en Italia, también en España y en otros muchos países de nuestro entorno, crecen las cifras por encima de las que son habituales y es muy posible que esto sólo sea el principio. Ya sea el paro, los despidos, la ruina económica o, más en general, el cambio brusco de unas normas conocidas por otras que todavía no existen, esa vieja anomía que nos hace saltar por los aires como una máquina rota, el caso es que existe un riesgo creciente al que hay que enfrentarse. No todo consiste en bajar la prima de riesgo.

Cuando los políticos nos piden unos cuantos euros más o calculan el pago de fármacos por los pensionistas según el número de cafés que dejan de tomar, deberían pensar lo que hay detrás de todo eso y sus posibles consecuencias. Puede ser que no toda la responsabilidad de lo que está ocurriendo sea suya, pero la frivolidad de lo que dicen y hacen les pertenece por completo. Si siguen por el mismo camino una y otra vez, habrá que tomarse en serio lo que algunos empiezan a describir como el síndrome de Rajoy, personas con cara de susto, angustiadas y con síntomas depresivos, una especie de zombis sorprendidos por la invasión de unos marcianos.

Una de las estrofas más conocidas de la canción de Seress dice así: "mi corazón y yo hemos decidido terminar con todo". El individuo puede hacer muchas cosas, por muy discutibles que puedan ser, pero la sociedad y sus representantes nunca deben intentar terminar con todo, por mucha presión que tengan del exterior. Sería una tragedia inútil, un domingo triste, sin posibilidad de beneficio alguno.

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