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Cebras, cigarrillos y leones

Recuerdos de los octavos de final que el Athletic y el Sporting de Lisboa jugaron hace 27 años

Los jugadores del Athletic en la sesión de entrenamiento, antes de partir rumbo a Lisboa.
Los jugadores del Athletic en la sesión de entrenamiento, antes de partir rumbo a Lisboa.TXETXU BERRUEZO

“Mira, no sé si es un gran equipo, pero no me gustan las cebras, los equipos que visten a rayas”, decía Pedro Aurtenetxe, al conocer al equipo que tocaba en suerte en los octavos de final al magnífico equipo de Clemente. Pero la vida en Europa es compleja. Y Portugal es más complejo de lo que su pequeño tamaño indica. A Aurtenetxe no le daba igual aquel sorteo que a priori, al no ser alemanes o ingleses o italianos, la rutina dice que es asequible. Es la tendencia a fijarse en el nombre del club y no en el potencial del equipo con el que vas a disputar el juego. “Parecen cebras” decía Aurtenetxe, experto lobo de la competición, por lo tanto temeroso y cauto.

Parecen cebras” decía Aurtenetxe, experto lobo de la competición

El Athletic ganó 2-1 en San Mamés. Un resultado de los que no da ni frio ni calor. Un negro inglés, Ralph Meade, marcó un gol inesperado al final y amargó la fiesta de San Mamés. Aún así había esperanza. Se creía tanto en aquel Athletic que cualquier victoria, por parca que fuera, parecía suficiente. Pero ocurrieron varias cosas significativas. Sentado en una bancada del ambigú del José Alvalade, el estadio del Sporting, lleno de madera, de vejez, de sabor, me encontré al lado de Vicente Miera, entonces en la federación. Charlando y charlando, apareció Sousa, un tipo rubio, bajito, magnífico jugador, con el ocho a la espalda, internacional. Llegó a la barra y pidió un café. Negro. Sin leche y grande. Quedaban unos 45 minutos para el comienzo del partido. Saludó a unos amigos, Miera incluido —yo aproveché, en mi juventud, para darle la mano— y se fue a un pasillo interior a charlar con los más íntimos mientras sorbía el café. “Siempre hace lo mismo”, me dijo Miera, pero me extrañó más que cuando acudía a mi pupitre de prensa seguía allí echando un cigarrito con un colega. Al minuto 20, una falta ejecutada por él —una falta que no había sido— la convirtió en gol y Sousa, fino estilista, hizo un partidazo.

Ese día me di cuenta de que la importancia de los partidos está en el interior y no en el exterior del personaje. No hay nada más maravilloso que entender que el partido más importante es un partido más. Aquel día, café y cigarro en mano, Sousa me pareció el futbolista más profesional del mundo. Y entendí, antes de empezar el partido, que el Athletic tenía un mal futuro: tenso, asustado por la impresión del escenario, por los tambores en la grada con amplificadores incluidos. Como si interiorizase que se trataba de un duelo de león a león, pero en selva ajena. Luego me enteré de que el zambombazo que le dio Venacio a Julio Salinas fue algo más que una patada.

Al fútbol portugués nunca se le consideró una potencia, ni cuando lo ha sido”

Llevaban apenas diez minutos y el central, largirucho, portugués tenía la consigna de acongojar a otro larguirucho con buena pinta. Fue al otro lado de los banquillos a los que Julio acudió a pedir auxilio médico. Cuando llegó a Clemente dicen que le dijo: “Javi, aquí nos matan”. No les mataron. Les metieron tres, uno aprovechando que a Goikoetxea, el macho dominante, estaba recuperándose de un golpe sufrido en una jugada. Julio ni se enteró.

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No hubo nada que objetar. Al fútbol portugués nunca se le ha considerado como una potencia, incluso cuando lo ha sido. Ni Portugal ha creído en Europa, ni Europa ha creído en Portugal. Ha sido Eusebio, el Oporto y los emigrantes. El resto, saudade, falta de intensidad, mucho fado, bacalao, toallas y sábanas. Hay tópicos que son incólumes. Da igual Pessoa, Amalia Rodrigues, Saramago, O´Neill y lo que haga falta. Eusebio, Cristiano, Damas y compañía. Para muchos seguirán siendo toallas, sábanas, franelas, cuchillos, bacalao (el mejor del mundo) y vinho verde. Pero nadie le quitó a Sousa el placer de ganar después de tomarse un café negro (portugués) y fumarse un cigarrito. Esa es la historia.

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