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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Espejito, espejito

Le preguntaban los del PNV y Amaiur al artilugio del cuento, que en el fondo no es más que sus propias conciencias, la de rigor: “¿Hay alguien más soberanista que nosotros?” Y el espejito, aburrido, hastiado porque todos los Aberri Eguna le preguntan lo mismo, se da por vencido y contesta con falso entusiasmo: “¡Vosotros sois los más soberanistas del mundo!” Lo que tenía que haber contestado es que primero arreglen los de las basuras y que después vengan con estas chovinistas preguntas, pero es un espejo de cuento y por ende muy correcto, máxime sabiendo lo que le paso al de la madrastra por sincero.

Bromas aparte, en este año en el que está en juego cuál de las dos facciones nacionalistas se hacen con el poder autonómico, el padecimiento de la exaltación de su ideario va a ser una constante en el marco de una profunda crisis económica que no sólo imposibilita el procedimiento utilizado por el Gobierno en el pasado para encauzar al nacionalismo más tratable, la transferencia de recursos económicos, sino que, además, está poniendo en entredicho la eficacia de un Estado más disperso que descentralizado. A la vez, con vertiginosa rapidez se va difuminando la necesaria lealtad constitucional que al menos el PSOE y el PP debieran sostener para tranquilidad de todos. Sin confianza política no hay mercado financiero que nos respete.

Momento que puede el nacionalismo radical aprovechar, porque la suma de contradicciones que padece el sistema español pudiera ofrecer la sobredeterminación de ellas —Althusser puro—, lo que mucho antes los clásicos griegos habían llamado situación trágica, para dar el salto adelante. Si no existe un cambio radical en el comportamiento de los principales actores, la escena final nos hará llorar a todos. Y, es que, señores, si en otras épocas podíamos tomar a broma el tirarse al monte del nacionalismo en fecha tan indicada para ello como el Aberri Eguna, en el actual contexto el sainete puede tornarse en algo bastante más serio, vista la carencia de encuentro entre el Gobierno y el PSOE. Bien es verdad que, si llega el caos, nos podremos consolar diciendo que la culpa la tuvo la derecha, que es a lo que hemos estado las izquierdas desde que tuvimos la mala idea de nacer en este país, donde una de sus partes siempre nos heló el corazón, porque nunca quisimos entendernos con la otra.

La carrera hacia la meta de la soberanía se va a hacer en esta ocasión ante el Estado más débil desde la época de la Transición. No es simplemente un procedimiento de marketing electoral de los abertzales al que podamos asistir con despreocupación; es una carrera frente a un Ejecutivo abandonado a su suerte, que es la de todos, tras unos procedimientos rituales en la política española que han llegado a la más excelsa altura de patio de corrala zarzuelero. Es decir, a lo más inútil.

Así que cuidado con las frivolidades, el sectarismo o el exceso de emotividad, porque esta vez si que cualquier líder del nacionalismo radical puede calificar el momento de revolucionario.

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