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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Grillos

Existe una preocupante sección dentro de la IU andaluza que no parece darse cuenta de la tarea que tiene entre manos

Ya expresé aquí en su momento, y vuelvo a hacerlo ahora, que la composición más deseable de un futuro gobierno andaluz me parecía un aliño entre el PSOE e IU. Una nueva edición del primero en solitario quedaba fuera de duda después del mangoneo, la prepotencia y los treinta años de hartazgo que padecen las instituciones; la única alternativa, si no se quería poner las cosas en manos de la derecha, consistía en tratar de refrenar los desmanes de los antiguos dirigentes poniendo junto a ellos una especie de, digamos, policía interna, una central de alarma que indicara cuándo los asuntos se salen de madre y que velara por un ejercicio más rectilíneo y limpio de ese juego político que tantos manchurrones ha soportado hasta la fecha.

Inopinadamente, y sin que ni siquiera los propios protagonistas del drama llegaran a creérselo del todo, las urnas optaron por la alternativa. De buenas a primeras, una formación minoritaria como IU, que en las últimas elecciones había logrado una representación más bien magra, se ha visto catapultada hacia la labor de gobierno y ha recibido en sus manos la nada desdeñable responsabilidad de mantener la estabilidad política en nuestra región. Tarea severa, sin duda, que exigirá sus cuotas de reflexión, sacrificio, perspectiva y tino.

El principal reto: desarrollar un auténtico programa de izquierda, que es lo que piden mayoritariamente los votantes, manteniendo a la vez el sentido de la realidad institucional. Quiero decir: mientras está seguro de que no va a alcanzar el trono, el mendigo puede despotricar en las tribunas de la taberna y del mercado público para contentar a los otros mendigos que le aplauden; pero en el momento en que el mendigo se convierte en rey, recibe un peso mayor que el del cetro y la diadema: el de gestionar verdaderamente un país. Y ahí no tiene que contentar sólo a sus compañeros de farra.

Digo todo esto porque es cierto que existe una preocupante sección dentro de la IU andaluza que no parece darse cuenta de la tarea que tiene entre manos. No hay que ser muy lince para entender que hablo de esa parte de las bases reunida en Paradas: de Sánchez Gordillo, el SAT, el CUT y esos pañuelos palestinos que siguen empecinados en la dictadura del proletariado. No sé por cuánto tiempo van a poder mantener las siglas de Valderas la convivencia con su ala más barbuda y bolchevique, aunque se adivina que no mucho: entretanto, parece importante que no se le permita envenenar el diálogo con el PSOE con más zarandajas y disparates de los estrictamente necesarios.

El acto de Paradas suena más a pataleta o a deseo de hacerse oír que a otra cosa; ello aparte, hay que reconocerle la razón en ciertos puntos de la hoja de ruta que deberían integrar ineludiblemente el currículo del nuevo gobierno: en concreto, la purga de cualquier nombre vinculado al choteo de los ERE y la decantación por una política social que no cargue los efectos de la crisis en las capas más desfavorecidas. Pero en fin, ya sabemos que la tragedia atávica de la izquierda es la discrepancia: en un medio en que cada cual es esclavo de su conciencia, apenas existe modo de ponerse de acuerdo.

La derecha no muestra grietas porque su ideología de partida consiste en la obediencia mostrenca al líder, al conductor, al guía o como quiera llamársele; la izquierda, como patria del libre albedrío, es esa tierra caótica donde todas las direcciones valen lo mismo mientras puedan sostenerse argumentos a su favor. Eso nos lleva a una conclusión inquietante: si alguien temía que el futuro gobierno andaluz pecara de inestable por posibles desacuerdos entre la izquierda y lo que queda al este de la izquierda, es que no ha mirado de cerca a IU. Esperemos que por una vez todos los grillos de la jaula sepan cantar al unísono.

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