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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La huelga, para quien la trabaja

A Felip Puig se le fue la mano con la cayena en su cocina del infierno

Imagen de la manifestación del pasado día 29 de marzo, en el paseo de Gràcia de Barcelona.
Imagen de la manifestación del pasado día 29 de marzo, en el paseo de Gràcia de Barcelona.CARLES RIBAS

El otro día mi mujer se puso de huelga como cuando se pone guapa y salí con ella a dar un paseo al sol de las calles de Barcelona con esa holgura de los días no trabajados. (Yo también habría hecho esa huelga, pero la mía es indefinida, quiero decir, que no sé definirla bien.) Lo chulo de las crónicas de abril es que uno acaba escribiendo sobre las cosas del mundo que de verdad le importan; las otras que importan ya no son del mundo sino de la vida, que es más pequeña y también más cara.

Este mes de abril, por ejemplo, puedo escribir los versos más largos (los versos como molan son con lengua) sobre la primera huelga de la crisis. O acaso sobre el preciso día de hoy, un sábado santo en que cautivo y desarmado se legalizó el partido comunista ya hace 35 años (menos vive un roquero). Se ve que como Carrillo creyó que iba a tener mucho comunismo que fumar se lo pidió bajo en nicotina. O si me tocara el sábado que viene, 14 de abril, la crónica iría sobre la bandera tricolor y el sustituto con que mi madre me la dio de niño, que era el dulce de membrillo de tres colores, y también aquel filtro de tres franjas que se ponía delante de la tele en blanco y negro para que pareciera en color. O si la crónica fuera para el último sábado del mes, el tema, no me cabe duda, sería Virginia Mayo, Alfredo Mayo, Archie Mayo o cualquier cosa relacionada con la película del 1 de mayo que reponen cada año como Ben-Hur en Semana Santa. O sobre la capoeira, que ha venido a reemplazar a la lucha de clases.

Comprendí que la huelga del otro día había sido un éxito, al llegar a casa por la noche y ver cómo se habían puesto los de Intereconomía

Comprendí que la huelga del otro día había sido un éxito, al llegar a casa por la noche, después de la mani y las carreras (hubo tantas que estuvieron a punto de llamar al ministro Wert), y ver cómo se habían puesto los de Intereconomía. Mi locutor preferido ahora (es que me han quitado la redifusión del Arteseros) es Esparza, que sale con un parche muy chungo en el ojo, como de broma o de carnaval de niños, como si lo hubiera hecho una madre con un retal que andaba por la máquina de coser. La actualidad contada por Falconetti es una idea satánica. Lo que se ve en ese parche es la ojeriza que le tienen a todo, su fobia por el pensamiento moderno. La derecha española (Duran Lleida incluido) es la chica de ayer y su ca-ca-ca-cabeza da vueltas persiguiéndonos.

No hice huelga (bueno, sí, pero no se notó; porque pensaba no comprar ni el diario —que mi jefe Martí Font me perdone— y resulta que cuando fui a no comprarlo me encontré con el quiosco cerrado); pero sí que hice manifestación, aunque ahora dicen que no eran una misma cosa. Será para los protestantes, porque los que somos de cultura católica estamos hechos a la Santísima Trinidad: la huelga, la mani y al final unas birras en cualquier bar que no haya chapado. No hay dogma que se resista a unas gotas de 3-En-Uno.

El caso es que esta mani en tres estratos me recordó la trama del 23-F, tal como la contaba el periodista Francisco de Mora en su libro Ni héroes ni bribones, que funcionó con tres golpes superpuestos, no combinados

En realidad también fueron tres manifestaciones en una (porque en total eran una) lo que me pareció ver en el mogollón de Barcelona. La de los sindicaleros, que iba por el paseo de Gràcia (la gente, más cerca de los helados de Coney Island que del cartel de Novecento, y con mucho olor a humo de pipa, que es a lo que huelen por dentro las manis); la libertaria, que bajó por Pau Claris con olor a chamusquina (que es a lo que huelen las colas de las manis), y la de los indignados en plaza de Catalunya, que se juntaron en olor de santidad y fueron otra vez martirizados a pelotazos. Y las tres habían sabido convocar a multitudes. El caso es que esta mani en tres estratos me recordó la trama del 23-F, tal como la contaba el periodista Francisco de Mora en su libro Ni héroes ni bribones (Planeta, 1982), que funcionó con tres golpes superpuestos, no combinados. El de los generales, con Milans del Bosch desde Valencia; el de los oficiales, con el comandante Pardo Zancada desde la Brunete, y el de la peña, con Tejero y sus autobuses llenos de guardias en las Cortes. Y también estuvieron los que se apuntaron en el último momento, como Armada, porque les va la marcha.

En la manifestación había más de gentío que de mani. Un andar general errabundo de discreto encanto del proletariado, o de santa compaña perdida entre el bosque sombrío de la reforma laboral. Estábamos como dando vueltas en el palíndromo de la noche mientras éramos consumidos por el fuego de los presupuestos generales y por el gas picante de los antidisturbios. ¿Qué tienes en los ojos, nena, o es que vas a llorar?, cantan los Burning desde siempre, y la peña les contestaba el otro día: No es eso, tíos, es que a Felip Puig se le fue la mano con la cayena en su cocina del infierno.

Pero la huelga fue un éxito, porque una huelga no es para que la pierda un Gobierno sino para que la gane el que la hace. La huelga, como la tierra, es de quien la trabaja. Un huelguista no va a admitir el valor que le otorgue el poder, del mismo modo que un poeta no acepta el galardón que le concede un príncipe; porque como dijo Baudelaire: “¿quién es un príncipe para premiar a un poeta?”. El fracaso es otra cosa. El fracaso donde está muy bien dibujado es en los tebeos de Francisco Ibáñez. Por ejemplo, en El botones Sacarino, cuando el dire tiene que darle explicaciones al presi de los resultados de su inoperancia y se le muda la cara porque ha vuelto a meter la pata por su culpa, por su culpa, por su gravísima culpa, por haber confiado en las clases subordinadas. Lo que ahí se ve ahora es la caricatura de Arenas explicándole las elecciones andaluzas a Rajoy. El fracaso es que un partido de derechas, poniéndose como ejemplo para que la gente no vote a los socialistas, consiga que voten a los comunistas.

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