Sara Carbonero
Hay profesiones que no son profesiones, sino estilos de vida. Los médicos, por ejemplo, no dejan de ser médicos cuando cuelgan la bata en el perchero. Se llevan la profesión a casa, se la llevan encima cuando salen a comer, cuando van de vacaciones. Son médicos 24 horas al día, lo quieran o no. Y si una mujer se atraganta con un hueso de pollo en un chiringuito de playa mientras ellos toman el sol plácidamente, tienen la obligación de correr a atenderla. No pasa lo mismo con los vendedores de lavadoras, por ejemplo. Ellos cierran la tienda y hasta más ver. No se ponen a ejercer de vendedores en la cola de la charcutería o en la puerta del colegio de los niños. Su profesión no exige de una actitud permanente. Pero, ¿qué pasa con los periodistas? ¿A qué grupo pertenecen? La experiencia me dice que al primero. Un buen periodista está en “modo periodista” desde que se levanta hasta que se acuesta. De lo contrario, será mediocre.
Además der ser buenos profesionales, a los periodistas se les exige que lo parecezcan. Esto es muy importante. Se les presupone sobriedad y seriedad. Estas cualidades se asocian, directamente, con el rigor de la información que transmitan. Por eso, los buenos periodistas, los que entienden su profesión como un estilo de vida, no suelen dejarse ver fuera de ámbitos puramente periodísticos y, si lo hacen, guardan las formas como si fueran un tesoro. Su credibilidad está en juego. Por eso, creo yo, Sara Carbonero no es una periodista demasiado bien considerada. Tanto sarao y tanto flash le han jugado en contra. Es más, la propia Rosa María Calaf, una periodista con más premios que los Beatles, ha arremetido contra ella esta semana. Ha dicho que Carbonero “hace un flaco favor a la mujer y al periodismo, pues frivoliza la imagen de la mujer y contribuye a que la apariencia sea más importante que el contenido”. Estas declaraciones han revolucionado la red. Vamos, que se ha liado parda.
Francamente, a mí también me chirría un poco ver a una periodista meneando la melena debajo de los focos para vender champú. Tampoco acaba de convencerme verla toda emperifollada en los saraos, subida a unos tacones imposibles. Me quedo mirándola, posando entre flashes, y frunzo el ceño sin querer. Mal hecho. No debería fruncir nada. Sara Carbonero es muy libre de ir a los saraos que le apetezca. Puede ser una periodista de las de 24 horas al día sin quitarse los tacones, si ella puede aguantarlo (yo no podría). Y si le gusta lucir modelazo, bien hecho. Eso no está reñido con ser una pedazo de profesional. Otra cosa bien distinta es que lo sea. Personalemente, a mí no me entusiasma. Pero me toca las narices que Calaf, precisamente ella, que confesó que en su día se tiñó el mechón para destacar, se meta con Carbonero por su imagen y no por su trabajo.
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