Turismo en la villa de los muertos
Barcelona organiza visitas guiadas a sus cementerios monumentales: el mayor, Montjuïc, y el más viejo, Poblenou
“Cuando buscas pareja, guardas para el final eso de que trabajas en un cementerio. Yo solo lo digo cuando lo tengo bien amarrao”, bromea, probablemente no por primera vez, Montse Fabregat, anfitriona del itinerario turístico, histórico y gratuito del cementerio de Montjuïc. El sol de esta mañana de domingo, de una calidez propia de una primavera precoz, ha reunido a una veintena de personas dispuestas a pasar las siguientes dos horas y media entre tumbas y panteones.
Hace ocho años que Barcelona inició estas rutas para promocionar la riqueza histórica y arquitectónica de sus dos camposantos monumentales: Montjuïc y Poblenou. Un concepto, ambicioso ya en su formulación: tanatoturismo, que atrajo en 2011 a alrededor de 6.000 visitantes entre los dos recintos, según Cementerios de Barcelona. Tras la implantación de los paseos guiados se incorporaron espectáculos nocturnos de teatro y velas y en 2007 las dos necrópolis se añadieron al mapa del autobús turístico y al de la ruta europea de cementerios, gestionada por la Unesco.
La última novedad ha sido la implantación de códigos QR (Quick Response); unos gráficos con píxeles que, en combinación con la cámara del teléfono móvil, descargan una página con información de los itinerarios culturales existentes. El cementerio del Poblenou se convirtió en febrero en el primero de España en incorporar este sistema. El de Montjuïc hará lo propio en verano.
Unos códigos, en combinación con la cámara del móvil, ofrecen información
Montjuïc, con 56 hectáreas de extensión, 150.000 sepulcros y su propia línea interna de autobús, goza de fama internacional. Esta mañana, tres chicas jóvenes de rostro pálido y vestimenta de boutique del paseo de Gràcia sobresalen por encima del grueso de ancianos y parejas que escuchan las enseñanzas de Fabregat. “Leí sobre este lugar en una guía turística de mi país y como ya había visitado todos los cementerios de Barcelona pensé ¿por qué no?”, cuenta Dinara Vakhitova, una universitaria rusa que lleva aquí dos años estudiando español y que hoy ha arrastrado hasta el cementerio a sus dos compañeras de piso, recién llegadas al país del sol.
Las visitas de Montjuïc se realizan domingo sí y domingo no, en catalán y en español. Ambas comienzan con el visionado, dentro de una capilla, de un vídeo de 10 minutos en el que desfilan, acompañados de una voz suave y un piano adormecedor, fotografías de los “sueños de Barcelona” (así se titula) que el visitante está a punto de recorrer.
Los domingos que no hay ruta en el de Montjuïc, la hay en el del Poblenou, el más antiguo. En pie desde 1819, está tan cerca del mar que la sal y su corrosión aceleran, día tras día, el viaje hacia el olvido de las inscripciones de los 30.000 sepulcros que contiene. El director de Cementerios de Barcelona, Jordi Valmaña, ha querido mostrar en persona el funcionamiento de la tecnología QR recién implantada. Antes de entrar al recinto, un elemento llama la atención: un ordenador en el que se puede localizar la ubicación de cualquier muerto con solo introducir sus apellidos. Es otro signo más de este impulso necrotecnológico en la memoria muerta de la Barcelona del XIX; un lugar plagado de hermosas estatuas como el Beso de la muerte, de Jaume Barba, en la que un esqueleto alado ejecuta con sus labios a su presa mientras la trayectoria de sus cuencas oculares persigue al visitante.
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