Ya están aquí
"En un resumen un tanto misericordioso, lo que nos espera hasta el próximo martes es una ordalía de mucho trueno en la que cualquiera dispuesto a divertirse parece persuadido de conseguirlo sin reparar para nada en las molestias que procura"
De entre los innumerables engorros ciudadanos propiciados por las Fallas —calles cortadas, interrupción en ocasiones de servicios básicos, tumulto callejero de miles de personas con el rumbo un tanto desnortado, desvíos exóticos de los medios de transporte público (por los que bien puedes pillar con algo de suerte un autobús en cualquier esquina de la ciudad descentrada para acabar en Campanar como atajo para llegar a Blasco Ibáñez), subidas injustificadas de los precios en restaurantes y similares donde una pizza impostada te sale por diez euros, soportar ya en las últimas horas de cada día de fiesta la vociferante argucia alcohólica de los rezagados que obliga a un insomnio indeseado, etc.—, tengo para mí que lo más insoportable viene a ser ese petardeo constante y jamás interrumpido donde cualquier descerebrado, adolescente o no, se permite prolongar el estallido festivo hasta las ya desvencijadas horas de la madrugada obsequiándonos con petardos de cierta envergadura que impunemente arrojan en los albañales, con el resultado de un estruendo tal que será muy divertido para algunos pero que para otros es una jodienda de una cierta severidad, sobre todo si se tiene en cuenta que al día siguiente y muy temprano te espera el estrépito de una despertá que, en efecto, te despierta para nada. Pero eso no es todo. Miles de escolares más o menos maleducados van echando petarditos durante todo el día con el solo afán de alardear de una presencia ajena y extremadamente molesta y ruidosa, como una prolongación reproductiva de una fiesta que quedaría en poca cosa desprovista de su carácter aturdidor y pasajero. No hay nada peor que sentar la creencia de que la fiesta, la que sea, conviene celebrarla a fecha fija, ya que la administración distributiva de la diversión o del recogimiento debería ser personal e intransferible, o, lo que todavía sería más apetecible, carecer de convocatorias más o menos ineludibles.
En un resumen un tanto misericordioso, lo que nos espera hasta el próximo martes es una ordalía de mucho trueno en la que cualquiera dispuesto a divertirse parece persuadido de conseguirlo sin reparar para nada en las molestias que procura, y hasta es posible que no valore en absoluto el hecho de que para él (para ellos) mismo supondría una conducta incívica incordiar al personal de esa manera en fechas menos señaladas. Te fríen a petardadas (y lo peor es que nunca se sabe por dónde van a concurrir, ni a qué horas, ni en qué calle, ni en qué circunstancias), sin comerlo ni beberlo y aún participando de la fiesta en lo que tiene de más emblemático. El momento más hermoso de las Fallas (una fiesta de primavera que parece aspirar a sustituir a abril como el más cruel de los meses) es sin duda la noche de la cremà, donde el fuego purificador reduce felizmente a cenizas los excesos de un jolgorio tal vez tan desorbitado como básicamente irritante.
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